sábado, 28 de febrero de 2015

Una Cita con el Amor: Capítulo 56

– ¿A poco te gusta el hockey? – preguntó sorprendido.
– Uy sí, desde niña, mi papá lo jugaba, aunque nunca estuvo en un equipo profesional.
– ¿Y a qué equipo le vas?
– A Chicago Blackhawks.
– ¿Bromeas?, yo también.
– Chócalas amigo – exclamó entusiasmada y le extendió la mano que Facundo se la chocó – ojala que ganen, acaba de empezar el partido.
– Jennifer, ya habíamos quedado en ir al supermercado – dijo Pedro serio. –
Pero baby, sabes que cuando los Balckhawks juegan el mundo desaparece para mí, vamos cuando termine, ¿sí?
– Y tú sabes que a mí eso me aburre.
– A Paula también – intervino Facundo.
– Entonces ustedes, par de aburridos, vayan a hacer las compras mientras mi amigo Facundo y yo vemos el partido.
– Sí, es buena idea y de paso traen unas cervezas – agregó Facundo.
Pedro  me miró y entró a la cocina por las llaves del coche, que había dejado ahí cuando se las entregó Facundo. Yo no estaba muy segura de ir, lo que menos quería era que empezara con reproches otra vez, pero al ver que Jennifer y Facundo estaban ensimismados viendo el televisor y yo no encontrar otra cosa que hacer, decidí acompañar a Pedro, al fin que iríamos a un lugar lleno de gente.
Caminé hacia el auto y Pedro me abrió la puerta para que subiera, él se dio la vuelta y entró también, sin decir nada, lo pusó en marcha y la radio empezó a sonar.
Conseguir mucho de mí
Conseguir mucho de ti
Caminando por las calles y apenas y te conozco
Parece como si estuviéramos predestinados
Tomarnos de las manos cuando salimos en las noches
Tengo novia dices, esto no está bien
Y yo también tengo a alguien esperándome ¿Qué es esto?, es sólo el principio
¿Por qué no puedo respirar cada que pienso en ti?
¿Por qué no puedo hablar cada que digo algo sobre ti?
Es inevitable,
Es el hecho de que caeremos ahí, A
sí que dime
¿Por qué no puedo respirar cada que pienso en ti?
– Perdóname, no debí tratarte así en la mañana – empezó a decir mientras la canción seguía sonando – pero, me enferma la idea de pensar que él te toque, sé que es tu novio y que yo sólo soy un extraño en tu vida, que ni siquiera nos conocemos bien – guardó silencio mientras le tocaba un semáforo en rojo – sólo no puedo procesar esa idea, lamento mucho haber perdido los estribos Pau, por favor, perdóname.
– No me gusta que me trates como un objeto, sé que nuestra… lo que sea que tengamos, empezó de forma extraña, pero eso no te da derecho a que me trates así.
– Lo sé, estoy muy arrepentido.
– Y después, ¿qué fue todo ese despliegue de hombría en el ping pong?
– Una forma muy infantil de… demostrar quién es el mejor.
– Eso no se demuestra así Pedro, no necesito un súper macho a mi lado.
– ¿Me perdonas? – preguntó con cara de arrepentimiento.
– Lo voy a pensar y ahora sí es en serio.
– ¿Qué tengo que hacer para que me perdones?
– Comportarte como el adulto que eres y pensar con la cabeza y no con el hígado.
– Lo intentaré.
– Cuando lo hagas, entonces hablamos – dije firme y miré por fuera de la ventanilla.
Llegamos al supermercado y él se bajo a abrirme la puerta, me tendió su mano para que me apoyara, no pude negarme a su gesto y cuando salí del auto quedamos cerca mirándonos, pero yo desvié la vista y comencé a caminar sin esperar a que cerrara la puerta del coche. Después él me alcanzó y entramos al lugar. Tomó una canastilla y me guió por uno de los pasillos.
– ¿Qué venimos a comprar? – pregunté caminando a su lado.
– Todo lo necesario para la cena, ya mañana nos vamos, así que hoy haremos un festín.
– ¿Y cuál será el menú?
– Pasta y ensalada, sin faltar un buen vino.
– Pero, falta el postre.
– Cierto, ese te toca a ti.
– ¿Te gusta el flan napolitano?
– ¿Sabes prepararlo?
– Por supuesto, soy una gran cocinera.
– Eso quiero verlo, habrá flan entonces.
Le sonreí y caminamos al pasillo a buscar los ingredientes para el flan, incluido el molde porque me dijo que no tenía. Después fuimos al área de frutas y verduras, escogimos una lechuga verde y una morada, pequeños tomates, uvas y finalmente fuimos por la pasta, el queso y el vino.
– Qué bonita pareja, seguro acaban de casarse, me recuerda a nosotros hace cuarenta años.
Escuché que una señora le decía al que debía ser su esposo, él asintió y le dió un dulce beso en los labios, mi corazón se oprimió y por primera vez en mi vida me visualicé anciana y sólo había un hombre con el que quería llegar a esa edad.
– Ya está todo, podemos irnos– dijo Pedro sacándome del trance – ¿estás bien?
– Sí – apenas pude decir, sin quitar la vista de la pareja que seguía mirándonos.
– ¿Los conoces? – me preguntó mirándolos también y les sonrió.
– No.
 Pedro  me sonrió, pero de forma muy diferente a como lo hacía normalmente, aunque en ese minuto no supe si era realidad o mi mente me estaba haciendo una jugada, para mi sorpresa me tomó de la mano y me hizo caminar.
Pagó todas las cosas y se negó rotundamente a que yo contribuyera con algo. Caminamos al estacionamiento y metió las bolsas a la cajuela. Volvió a abrirme la puerta y luego subió él. Empezó a manejar por una calle inclinada, era un rumbo diferente al que tomamos cuando llegamos, al subir estaba un poco desierto, sólo había casas de un lado y del otro había un pequeño bosque. El coche se movió un poco y se apagó.

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