jueves, 26 de febrero de 2015

Una Cita con el Amor: Capítulo 50

– Gracias Jennifer, pero nosotros acabamos de comer, además supongo que ustedes querrán estar solos, creo que será mejor que Facundo y yo nos vayamos a un hotel – dije separándome de él, pero entrelacé mi mano con la suya.
– De ninguna manera, el que se confundió fui yo, los que debemos irnos somos Jen y yo – dijo Pedro abrazándola por la cintura.
– No, Pedro  por supuesto que no, es tu casa, además la culpa fue mía porque primero te dije que vendríamos el siguiente fin de semana y apenas el martes te avise que siempre llegaríamos hoy, yo fui el de la confusión.
– Nadie se va a ir a ningún lado, quizá no somos los mejores amigos del mundo pero será grandioso convivir este fin de semana y conocernos más, ¿verdad, baby? – dijo Jennifer volteando a ver a Pedro y le dio unas palmaditas en la mejilla.
– Yo encantado, esta es su casa y Jen tiene razón, no veo ninguna razón para que no la podamos pasar bien los cuatro – respondió mientras chocaba delicadamente su cabeza con la de ella que le sonrió.
– Yo tampoco le veo mayor problema, es que Pau tenía la ilusión de que estuviéramos solos ella y yo – intervino Facundo dándome un beso en la comisura de los labios.
– Paula, no te preocupes por eso, compartirán habitación, y Pedro y yo podemos usar tapones en las orejas contra el ruido.
– Jennifer, pero que cosas dices.
– Ay Pau, ya todos somos adultos aquí, no tiene nada de malo, anda, acompáñame a la cocina a terminar la cena – exclamó Jennifer tomándome de la mano que tenía libre obligándome a caminar.
Con dificultad solté a Facundo, yo seguía con el estómago hecho nudos por las muestras de afecto entre ella y Pedro y cuando pasé a su lado le corrí la mirada furiosa y él desvió la suya. Me excusé con Jennifer diciéndole que estaba muy cansada y que mejor aprovecharía para subir a acomodar mis pertenencias. Cuando salí de la cocina Pedro y Facundo miraban televisión y sostenían una copa cada uno, sólo les dije con permiso y subí corriendo las escaleras.
Abrí la puerta de la primera habitación y sólo había una maleta que supuse era la de Pedro y Jennifer, me dieron ganas de arrojarla por las escaleras, pero sabía que tenía que guardar la compostura, nos quedaban tres largos y tortuosos días que no sabía cómo iba a sobrellevar. En la recámara contigua estaba mi maleta y la de Facundo. Tomé la mía y empecé a desempacar, aún era temprano, pero me puse mi pijama y me metí a la cama, no estaba dispuesta a bajar y seguir presenciando las expresiones de cariño entre Jennifer y Pedro, no tenía idea si podría evitar hacer una escena de celos que no venía al caso porque también estaba mi novio.
No supe en qué momento me quedé dormida. De pronto, sentí el peso de alguien sentándose en la cama y una suave mano que empezó a acariciarme la espalda, abrí los ojos y giré mi cabeza, era Facundo que me miraba con deseo y aunque estaba que reventaba de los celos no iba a tener relaciones con él sólo por venganza.
– Facundo no estoy de humor ahora, me duele la cabeza, estoy cansada por el viaje.
– Está bien, como quieras, luego estás reclamando y ahora sales con que te sientes mal – dijo molesto levantándose de la cama.
– Claro, yo sí tengo que aguantarme que tú prefieras trabajar que hacerme el amor y con una vez que yo me niego me lo echas en cara.
– No quiero volver a discutir contigo Paula, ya tuve suficiente por hoy de recriminaciones, ¿no que te duele la cabeza?
– Pues sí y mucho, buenas noches – dije molesta y me puse la almohada sobre la cabeza.
Minutos después él se acostó a mi lado, apagó la luz de la mesa de noche y me dio la espalda sin decir nada. Apreté la almohada de coraje, estaba por levantarme para ir a dormir al sofá cuando mi celular sonó, lo tomé y era número restringido.
– Hola – contesté desconcertada.
– Tienes cinco minutos para bajar a la cocina o subo y le cuento todo a Facundo, recuerda que tengo una prenda que te pertenece – sentenció Pedro y me colgó.
El enojo que yo sentía se transformó en pánico, por el tono de su voz, supe que su amenaza no era en vano y no podía permitir que eso sucediera, no tenía la menor idea de cuál sería la reacción de Facundo y francamente no quería averiguarlo y menos con la mini discusión que acabábamos de tener.
– ¿Quién era? – preguntó Facundo sin voltear a mirarme.
– Nadie, me colgaron, voy por un vaso de agua para tomarme una pastilla – respondí poniéndome las pantuflas y levantándome de la cama.
Facundo no me dijo nada más y salí de la habitación con el pulso hasta las nubes, ¿qué se creía Pedro para amenazarme de ese modo?, cuando él estaba de lo más contento con su noviecita, me iba a escuchar, si a esas íbamos yo también tenía varias cosas que contarle a Jennifer, que seguramente no le agradarían para nada.

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