domingo, 1 de febrero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 44

—He notado que no te has tomado la molestia de utilizar un preservativo. Espero que no me pases ninguna infección que te haya podido pasar alguna de tus numerosas amantes.
—Si a alguno de los dos debiera preocuparle eso, sería a mí en todo caso —respondió él fríamente.
Ella le lanzó una gélida mirada.
—Eres un sinvergüenza.
—No has respondido a mi pregunta. ¿Estás tomando la píldora sí o no?
Paula evitó mirarle a los ojos. Hacía semanas que no tomaba la píldora.
—Paula…
—Ah, sí… no te preocupes, no hay peligro.
—Si hay alguna duda, será mejor que me lo digas ya —insistió Pedro—. Si concibieras, sería muy difícil…
—Vamos, dilo, Pedro. No te molestes en ahorrarme sufrimiento —dijo ella con amargura.
—No sé a qué te refieres. Lo único que iba a decir es que…
—Sé lo que ibas a decir —le interrumpió Paula—. Ibas a decir que sería muy difícil saber quién es el padre, ¿no?
—Por lo que sé, eso sería muy fácil de resolver, sólo se necesitan unas sencillas pruebas, nada más. Pero no, no iba a decir eso.
Paula se retractó:
—Ah, yo… perdona. Creía que…
—Iba a decir que sería muy difícil seguir con el proceso de divorcio si te quedaras embarazada. ¿No te parece?
Sorprendida, Paula le miró fijamente a los ojos.
—¿Estás loco?
—No, no estoy loco. Sólo pienso en la posibilidad de un recién nacido en medio de un divorcio —contestó Pedro.
—Un niño no es algo con lo que solucionar problemas matrimoniales —dijo ella—. Además, creo que nada podría ser peor para un niño que criarse con unos padres que se odian.
—¿Qué harías si ocurriera?
—¿Si me quedara embarazada?
El asintió.
Paula tragó saliva mientras trataba de recordar la última vez que había tenido el periodo y se vió presa del pánico cuando sumó las semanas.
¿Era posible que hubiera transcurrido tanto tiempo?
Prefirió no pensar en ello.
—No va a ocurrir, Pedro—dijo ella, preguntándose si no habría ocurrido ya.
Hacía dos meses que no menstruaba, lo que significaba… ¡No, no! ¿Sería posible que ni siquiera pudiera estar segura de quién era el padre?
Pedro frunció el ceño al ver la expresión confusa y abatida de Paula. De repente, se había puesto muy pálida.
—Vete a la cama, Paula, se te ve muy cansada. Tienes cara de no haber dormido en semanas.
«Ocho semanas sin el periodo», pensó Paula mientras se dirigía hacia la puerta.
—¿Vienes tú también? —preguntó ella.
—¿Todavía no te sientes satisfecha, Paula? —preguntó él con expresión insinuante.
Paula enderezó los hombros y le miró a los ojos.
—No me daré por satisfecha hasta que no me mires con respeto en vez de con odio en los ojos —respondió ella.
Pedro esbozó una sonrisa burlona.
—En ese caso, tesoro, vas a tener que esperar sentada.
—No me llames tesoro, no soy tu tesoro —dijo ella enfadada—. Más bien, soy el trapo con el que te limpias los pies.
Pedro la miró sin compasión.
—Ni yo mismo lo habría explicado mejor —dijo él con sonrisa sardónica.
Tras esas palabras, Pedro salió de la estancia, cerrando la puerta tras de sí sigilosamente.

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