jueves, 26 de febrero de 2015

Una Cita con el Amor: Capítulo 51

Desde la sala se distinguía la luz proveniente de la cocina, tomé un respiro y entré. Pedro estaba parado, recargado en el mueble junto al lavabo, sosteniendo mi pañoleta entre sus manos. Mis ojos se abrieron de par en par al verlo, definitivamente no estaba jugando, estaba dispuesto a decirle todo a Facundo y entregarle pruebas contundentes.
– ¿Qué pretendes? – pregunté seria y molesta cruzándome de brazos.
– No quiero que él te toque – respondió usando el mismo tono de voz que yo.
– Es mi novio, ¿lo olvidas?, ¿acaso yo te estoy prohibiendo que lo hagas con tu novia?
– ¿Cuántas veces tengo que decirte que Jennifer no es mi novia?
– Que cínico eres, ¿cómo te atreves a negarla después de lo que he visto hoy?
– Pues no se compara con lo que yo vi – exclamó acercándose a mí.
– Pues yo no niego a Facundo, sabes perfectamente que es mi novio – dije caminando hacia atrás
– No me lo recuerdes – dijo acercándose más – no me hagas recordar que lo vi dándote un beso.
– Pues eso es lo que hacen los novios, ¿no?, no sólo cocinan y cantan juntos y se toquetean frente a otros – seguí caminando y topé con el refrigerador.
– Con un demonio – exclamó exasperado a pocos pasos de mí – ¡Jennifer no es mi novia!, es mi amiga de toda la vida.
– Mira qué casualidad, Facundo y yo también nos conocemos desde niños.
– Ahora comprendo porque recurriste a mí – dijo sarcásticamente poniendo sus manos al lado de mis hombros impidiéndome el paso.
– ¡Cómo te atreves! – exclamé y quise darle una bofetada, pero me atajo la mano.
– Sabes que tengo razón, si él cumpliera con sus obligaciones no tendrías ninguna necesidad de citarte con un extraño.
– Fue una estupidez de la que ahora me arrepiento – exclamé soltándome, pero él rápidamente subió el brazo y volvió a hacerme prisionera.
– ¿En verdad te arrepientes? – preguntó a milímetros de mis labios y aspiré su aliento embriagador – ¿estás segura? – agregó acariciando suavemente mi cuello y luego descendió su mano a uno de mis senos que masajeó encima de la ropa, mirándome fijamente a los ojos.
– Basta, por favor – dije con un hilo de voz, no podía controlar mi cuerpo cuando él me estaba tocando y tenía su aliento clavado en mi nariz.
– ¿En serio quieres que me detenga? – susurró en mis labios mientras su mano bajaba por mi costado hasta mi nalga que apretó y luego pegó su cuerpo al mío, uniendo nuestros sexos que sólo los separaba la delgada ropa de nuestras pijamas.
– Alguien puede bajar – dije con dificultad, olvidando todo el enojo.
Su respuesta fue lamer mis labios y levantar mi pierna para pegar mucho más su cuerpo al mío y rozar más nuestros sexos moviéndose suavemente, sin dejar de mirarme, un jadeo se escapó de mis labios, no podía evitarlo, él me hacía perder completamente el sentido de todo y, aunque la cabeza me gritaba que detuviera esa locura, mi cuerpo entero lo reclamaba, no tenía fuerzas suficientes para detenerlo.
Introdujo su lengua ansiosa en mi boca y la mía la recibió con la misma inquietud. Puso ambas manos en mis nalgas y yo lo envolví con mis piernas, me cargó y comenzó a caminar conmigo mientras yo le lamía el cuello, sentí que mi espalda chocaba con una puerta y como pude la abrí volviendo a besarlo, entramos y me colocó sobre una superficie fría. Se separó, encendió una tenue luz y cerró la puerta, entonces me di cuenta que estaba sentada encima de una lavadora dentro de un pequeño cuarto.
Volvió a mi lado y me besó desenfrenadamente mientras sus manos soltaban las tiras de mi pantalón, le ayude a bajármelo al igual que mi ropa interior, y le quité la parte de arriba de su pijama, le besé y lamí el torso desnudo olvidándome completamente de donde estábamos. Él terminó de desnudarme y me besó los pechos en tanto yo bajaba su pantalón y su bóxer, antes de quitárselo por completo sacó un condón y se lo puso entrando en mí con urgencia.
Me besó para ahogar mi gemido y se movía con rapidez en tanto yo lo rodeaba con mis piernas aprisionándolo. Se separó de mis labios y nuestras narices se rozaban, nos mirábamos a los ojos mientras él seguía moviéndose en mi interior, nuestros gemidos se mezclaban y ambos sonreíamos sumergidos en el enorme placer que estábamos sintiendo, no existía nada más en ese momento, sólo él, yo y el fuego de la pasión. Sentí como llegaba al orgasmo y él me besó para callar el grito que emitiría, hizo los últimos movimientos y alcanzó el éxtasis total sin dejar de besarme. Nos abrazamos y sentí su pecho agitado en el mío.
– Nadie te ha hecho vibrar como yo y nadie jamás podrá hacerlo, soy el único que conoce el mapa de tu cuerpo y sabe exactamente qué lugares tocar y cómo hacerlo – dijo mientras me abrazaba y acariciaba mi espalda.
– Lo sé, lo sé y me asusta – acepté avergonzada.
– No tienes nada que temer Pau respondió separándose sólo lo necesario para mirarme.
– Esto es una locura, Pedro.
– Sí, la más maravillosa que he cometido en toda mi vida.
Puse mis manos en su rostro y lo besé delicadamente, él me correspondió de la misma manera, después de unos minutos nos separamos y comenzamos a vestirnos en silencio. Cuando iba a abrir la puerta él me jaló de un brazo haciéndome voltear.
– No permitas que te toque, por favor.
– Y tú prométeme que no la tocaras a ella.
– No estamos en la misma recámara, te repito que sólo somos amigos, en cambio, yo no podré dormir sabiendo que compartes la cama con él.
– Sólo será para dormir, lo prometo – le di un ligero beso y salí de ahí.
Crucé lentamente la cocina y la sala sintiéndome en las nubes, jamás me imaginé que esa aventura fugaz iba a llegar tan lejos y en verdad me asustaba lo que estaba sintiendo, al menos para mí estaba dejando de ser sólo sexo, mi corazón estaba por quebrantar completamente la tercera regla. Subí cuidadosamente las escaleras y al llegar al último escalón vi que Jennifer salía de mi habitación.

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