sábado, 7 de febrero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 62

—En ese caso, vas a tener que encontrar la forma de convencer a Pedro de que él es el padre.
—Sí, ¿y cómo?
Gonzalo se quedó pensativo y Paula agarró la cuenta de la cafetería.
—Bueno, será mejor que nos vayamos ya. Tengo que volver a casa —dijo Paula—. Pedro ha invitado a su hermana Gina y a Bruno a cenar esta noche y no quiero llegar tarde.

—Hola, Paula—dijo Gina acercándose a Paula  para darle un beso en la mejilla—. Estoy encantada de verte otra vez. No sabes lo que me alegro de que Pedro haya suspendido la petición de divorcio.
—Gracias, Gina. Yo también me alegro de verte.
—Y enhorabuena por el embarazo —añadió Gina—. ¿Cómo te encuentras?
Paula  hizo lo posible por ignorar el dolor que había empezado a sentir en el vientre aquella tarde después de volver a la casa mientras hablaba con Pedro y le contaba lo que Gonzalo le había dicho respecto a su falsa extrema enemistad con Bruno.
—Estoy algo cansada, pero es normal —respondió Paula.
—Bruno, saluda a tu tía —le dijo Gina a su hijo.
Bruno se acercó a Paula con expresión titubeante.
—Hola, Paula.
—No te preocupes —le dijo Paula en voz baja mientras  Gina cruzaba el salón para aceptar la copa que su hermano le había preparado—. Gonzalo me ha contado lo que hicieron.
—Siento haberme excedido —dijo Bruno—. Quería ser convincente delante de mi tío.
—Y lo has sido, no te quepa duda de ello —respondió Paula—. No obstante, como dije aquella noche que fuimos a cenar a la pizzería, cometí un error del que siempre me arrepentiré.
—El tío Pedro te ha perdonado y eso es lo que importa —contestó Bruno—. Yo estoy dispuesto a hacer lo mismo.
—Gracias, Bruno. Te lo agradezco sinceramente.
Pedro alzó su copa a modo de brindis mientras se acercaba a su esposa y a su sobrino.
—Por el fin de curso —dijo Pedro.
Paula fue a por su copa, que había dejado encima de una mesa de centro, pero se desplomó en el suelo al sentir una intensa punzada de dolor en el vientre.
—¡Paula! —Pedro se arrodilló a su lado al instante, su expresión era de suma preocupación—. Paula, ¿qué te pasa?
Ella, con expresión de pánico, se agarró el vientre.
—Creo que… lo voy a perder…
—¿Al bebé?
Paula asintió conteniendo un grito de dolor.
—Voy a llamar a una ambulancia —dijo Gina corriendo hacia el teléfono mientras llamaba a Marietta a gritos—. ¡Marietta! Unas toallas, rápido.
Pedro llevó a Paula a un pequeño dormitorio que había al lado de su estudio y su expresión fue de horror al verse las manos manchadas de sangre.
—Oh, Dios mío…
Paula  cerró los ojos.
—No, no…
—Tranquila, cariño —dijo Pedro acariciándole la frente—. No hables. Enseguida vendrá la ambulancia y te llevaremos al hospital. Tranquila, tesoro, tranquila.

El médico apareció en la sala de espera donde se encontraban Pedro, Gina y Bruno.
—Señor Alfonso…
—¿Cómo está mi esposa? —preguntó Pedro con el rostro pálido como la cera.
—Está bien y el feto también está bien —respondió el doctor Channing—. Su esposa está embarazada de dieciséis semanas, por lo que estará completamente fuera de peligro en una o dos semanas más. Creía que lo iba a perder, pero ha dejado de sangrar y, siempre y cuando descanse durante las dos próximas semanas, todo irá bien.
Pedro, abrumado, se quedó en silencio delante del médico.
—¿Se encuentra usted bien? —le preguntó el doctor al ver su extrema palidez.
Pedro tragó saliva.
—Sí… sí, estoy bien. No sabía que estuviera embarazada de… de tanto tiempo.
—Bueno, es difícil establecer el tiempo del embarazo hasta que no se hace la prueba de ultrasonido.
—¿Puedo verla?
—Está ligeramente  sedada —respondió el doctor Channing—. Pero sí, puede verla. Al parecer, llevaba algún tiempo sintiéndose mal. El análisis de sangre muestra que ha sido atacada por un virus no hace mucho. ¿Ha tenido gripe últimamente?
Pedro se avergonzó de sí mismo por no haberse dado cuenta de lo enferma que Paula había estado.
—Sí, así es.

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