viernes, 6 de febrero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 58

Tres semanas más tarde, Pedro apartó la mirada del periódico cuando Paula entró en la cocina.
—¿No te encuentras bien, querida? Estás un poco pálida.
Ella le dedicó una sonrisa.
—Ya sabes que no me gustan demasiado las mañanas.
Pedro se levantó del taburete y, colocándole ambas manos en las mejillas, le dió un beso en la frente.
—Cuídate —dijo él—. Sólo te queda una semana más y todo habrá acabado.
A Paula le dió un vuelco el corazón.
—¿Qué es lo que habrá acabado?
Pedro sonrió irónicamente.
—¿Se te ha olvidado la exposición de fin de carrera?
—Ah… eso.
Pedro le puso un dedo en la barbilla y se la alzó.
—¿Qué te pasa? Últimamente, te veo preocupada. ¿Estás disgustada conmigo por algo?
—No —respondió Paula.
Durante las tres últimas semanas, Pedro había sido encantador con ella. Se le había ocurrido incluso que él pudiera haberse vuelto a enamorar de ella; pero si era así, no lo había dicho. Necesitaba saber lo que Pedro sentía con el fin de poder confesarle que estaba embarazada, pero no quería destruir el frágil bienestar del que gozaban juntos.
—Entonces, ¿qué te pasa? —insistió él.
—Sólo quiero que me quieras —dijo Paula—. ¿Es pedir demasiado?
Pedro se apartó de ella dando un paso atrás.
—Sí, lo es.
—¿Es que estas tres últimas semanas no han significado nada para tí? —preguntó Paula con desesperación—. Hemos estado muy bien y lo sabes.
—Para, Paula.
—No quiero que nos divorciemos —Paula no pudo evitar echarse a llorar.
—Lo que te pasa es que estás nerviosa por la exposición. Te encontrarás mejor cuando pase todo.
—¡Maldita sea! Estoy así porque estoy embarazada.
Paula no había tenido intención de decírselo a bocajarro, pero ya estaba hecho.
—¿De cuántas semanas? —preguntó Pedro.
—No lo sé con seguridad, pero llevo sin el periodo… tres meses más o menos.
Se hizo un tenso silencio.
—¿Es mío? —preguntó Pedro por fin.
Paula tragó saliva y se obligó a mirarle a los ojos.
—No… estoy segura. Pero creo que sí, que es tuyo.
Paula observó los cambios de expresión del rostro de Pedro: incredulidad, cinismo y una momentánea inseguridad que ocultó al instante.
—¿Hay alguna forma de averiguarlo? —preguntó él.
Paula apretó los labios mientras intentaba contener las lágrimas.
—Sí… He leído que hay una prueba para establecer la paternidad que, además, se utiliza para ver si el feto tiene algún problema; sin embargo, en algunos casos, la prueba puede ocasionar un aborto.
Pedro se pasó la mano por los cabellos y comenzó a pasearse por la cocina.
—En ese caso, olvídalo. Jamás me perdonaría a mí mismo que se produjera un aborto por saber si soy el padre o no.
Pedro dejó de pasearse y la miró fijamente antes de preguntar:
—¿Qué vas a hacer?
—¿Qué quieres decir con eso de qué voy a hacer? —preguntó ella preocupada.
—¿Vas a abortar?
Paula tragó saliva.
—¿Estás sugiriendo que lo haga?
—Es decisión tuya, por supuesto.
—No quiero hacerlo. Por favor, Pedro, no me pidas que lo haga.
—Yo no te voy a pedir nada semejante.
—Pero no quieres tener un niño, ¿verdad? —preguntó ella—. Aunque fuera tuyo, no querrías, ¿verdad?
—¿Desde cuándo sabes que estás embarazada?
Paula se mordió los labios.
—Empecé a sospecharlo la semana que me vine a vivir aquí; pero saberlo con certeza… desde hace tres semanas.
Pedro la miró prolongada y silenciosamente antes de romper el silencio.
—Lo has planeado todo muy bien, ¿verdad, Paula? Una breve reconciliación, una declaración de amor y luego la noticia de tu embarazo para obligarme a aceptarte en mi vida con carácter permanente.
—Yo no he planeado nada.

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