jueves, 26 de febrero de 2015

Una Cita con el Amor: Capítulo 49

– Facundo, ¿de quién es esta casa? – pregunté sentándome en el confortable sillón.
– De un cliente, me la prestó por este fin de semana, al parecer quiere venderla y la anda promocionando a ver si alguien se interesa por ella.
– ¿Tú eres un posible comprador?
– Eso le hice creer con tal de que me la prestara, así nos ahorramos lo del hospedaje y lo gastamos en otra cosa, ya después le diré que no te gusto.
– Francamente es muy linda – respondí entrando a la cocina – pero, no podríamos costearla, el rumbo parece muy caro.
– Lo es, así que mejor disfrutemos de la casa por estos días, subiré las maletas, para ir a comer y dar un paseo por los alrededores.
Salí de la cocina para seguir explorando la casa, al fondo había una hermosa cantina, con las copas colgando del techo y varias botellas en los anaqueles, fui a curiosear y vi que había casi de todo, brandy, ron, whisky, vodka, pero todas estaban selladas, parecía que sólo formaban parte de la decoración.
Facundo bajó corriendo las escaleras y salimos. Caminamos un poco hasta llegar a la avenida principal y ahí tomamos un taxi. Comimos en un bonito restaurante y estuvimos platicando por un par de horas, como en los viejos tiempos, en el garaje de su casa en la reserva de Forks, en el cual había sido nuestra primera vez, un día que Billy fue a casa de Jaime a ver un partido en la televisión, aquello parecía tan lejano.
De regreso, pedimos al taxista que nos dejara en la avenida principal y bajamos caminando por el sendero, jugando y haciendo bromas, me había olvidado de todo eso, Facundo solía ser muy alegre y jovial antes de entrar a trabajar a aquella casa de bolsa que lo había convertido en un adicto al trabajo. Y no pude evitar sentir remordimientos por mi conducta, él matándose en el trabajo y yo enredándome con un hombre que, para completar el cuadro, era cliente suyo, me pregunté que tanto se frecuentaban, pero decidí no expresarlo en voz alta.
Al ir cruzando el caminito que llevaba a la entrada principal de la casa un aroma delicioso a comida llegó a mi naríz, lo que me recordó que hacía mucho yo no cocinaba. Jacob abrió la puerta y al entrar a la sala escuchamos música proveniente de la cocina, ambos nos volteamos a ver y le mostré mi Ipod que lo traía en la bolsa de mi chamarra. Así que, sigilosos y yo con un poco de miedo, caminamos lentamente hacia la cocina que tenía la puerta cerrada, Jacob la empujó con sumo cuidado y casi me da un infarto al ver a Jennifer y Pedro cocinando y cantando cual recién casados. Volteé a ver a Facundo con una cara de no dar crédito y él sólo se encogió de hombros sorprendido por verlos también ahí, carraspeó un poco y Jennifer volteó y nos miró extrañada, pero nos sonrió. Pedro también volteó y la expresión en su rostro era inescrutable, no daba el menor indicio de lo que pasaba por su mente.
– ¡Facundo, Paula!, que gusto de verlos – exclamó Jennifer alegremente – malvado, no me dijiste que los habías invitado – dijo a Pedro dándole un golpecito en el hombro.
– En realidad no sabíamos que ustedes estarían aquí, Pedro me prestó la casa por el fin de semana – respondió Facundo mirándolo como pidiéndole una explicación.
– ¿Qué no era el próximo fin de semana? – exclamó Pedro serio y confundido.
– Bueno, hay suficiente espacio para los cuatro y así será mucho más divertido – agregó entusiasmada Jennifer casi brincando.
Yo simplemente no podía hacer ni decir nada, estaba estupefacta tratando de procesar la información en mi mente, el shock había sido más grande a cuando me lo topé en el estadio y lo que más me había molestado era haberlo visto tan feliz con Jennifer, ¿cómo podía decir que no era su novia si parecía todo lo contrario? Lo único que atiné hacer fue jalar a Facundo del brazo para sacarlo de la casa mientras le daba una mirada de odio a Pedro que nos veía seriamente.
– ¿Él fue quien te presto la casa? – pregunté molesta afuera de la puerta principal.
– Sí – respondió parándose frente a mí.
– No podemos quedarnos aquí, busquemos un hotel, al fin estamos a diez minutos del centro de Las Vegas.
– Pero nena, ¿desde cuando eres antisocial?
– ¿Nena? – pregunté extrañada olvidando por un segundo el origen de la pelea.
– dije Paula, por el enojo ya ni me escuchas bien.
– Te escuché perfectamente bien y me dijiste nena, ¿desde cuándo me dices así?
– Ya sé porque fue la confusión – exclamó ignorando mi pregunta – es que primero le había dicho que vendríamos el siguiente fin de semana, pero como tengo que ir a… San Francisco en esa fecha le cambié el día a la mera hora, fue mi culpa Pau, perdón – se acercó y puso una mano en mi mentón – pero, no podemos hacerle un desaire cariño, Pedro  ha sido muy amable conmigo, además, se ve que a Jennifer le caes muy bien, será como aquel viaje que hicimos con Jose y Claire, acuérdate que la pasamos genial.
– Pero, se suponía que la razón de este viaje era para estar solos tú y yo.
– Y lo estaremos cariño, ¿a poco crees que ellos no querrán estar solitos también? – respondió guiñándome un ojo – anda, no seas así, serían prácticamente 3 días.
Sentí como se me revolvió el estómago con la insinuación, la escenita de la cocina estaba muy fresca en mi mente y no quise ni pensar como hubiera terminado si no hubiésemos interrumpido. Facundo me dió un ligero beso en los labios y escuchamos que alguien carraspeaba, volteamos, pero él seguía sosteniendo mi mentón.
– Perdón, no quise interrumpir, la cena está casi lista, pasen y después vemos como nos acomodamos – exclamó Jennifer desde el umbral de la puerta, Pedro estaba detrás de ella con una mirada de pocos amigos, como si quisiera fulminar a alguien.

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