domingo, 8 de febrero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 65

A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas mientras Pedro le besaba los dedos de la mano.
—Estoy deseando que vuelvas a casa —añadió Pedro—. He estado hablando con el médico mientras tus padres estaban aquí y me ha dicho que puedes volver a casa mañana por la mañana.

Cuando Pedro fue a recogerla a la mañana siguiente,  Paula se dió cuenta de que pasaba algo. Él le dió un beso, pero fríamente y, mientras la llevaba al coche para ir a la casa, apenas le dirigió la palabra.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella una vez que emprendieron el trayecto.
—Me parece que no has visto el periódico esta mañana —respondió él con voz gélida.
—No…
Pedro respiró profundamente y, echando una mano hacia el asiento de atrás, agarró un periódico y se lo dió.
—¿Hablaste con alguien sobre las dudas que tenías de que yo no fuera el padre del niño? —preguntó él.
Paula leyó la portada del periódico y exclamó:
—¡No, no es posible!
—¿Se lo dijiste a alguien… o no te acuerdas?
Paula  empalideció al instante por el significado latente de esas palabras.
—Lo siento… lo siento… —dijo ella mordiéndose los labios.
Pedro dejó escapar un suspiro.
—Olvídalo, Paula. Es lo que ambos tenemos que hacer, olvidarlo.

—Marietta te ha hecho un caldo de pollo —dijo Pedro una vez que estaban en la casa—. Le diré que te lo suba a la cama.
—Gracias.
—Hasta que te encuentres mejor, dormiré en una de las habitaciones de invitados —dijo Pedro  tras una breve pausa—. El médico ha dicho que necesitas descansar.
Paula sintió una profunda tristeza e intentó sonreír mientras se encaminaba hacia las escaleras.
—Espera, Paula.
Pedro se acercó a ella y, tomándola en sus brazos, la subió hasta la habitación y la tumbó en la cama con sumo cuidado.
—Y ahora, descansa —dijo él con voz carente de emoción—. Yo tengo que ir a la oficina a recoger algunas cosas, pero volveré dentro de una hora o un poco más.
Paula le vió partir, deseando algo que no tendría jamás…
Que Pedro confiara en ella.
Una hora después de que Pedro se marchara, Marietta apareció en la habitación con cara de preocupación.
—Paula, tiene una visita, pero no estoy segura de que al señor Alfonso le haga gracia —dijo Marietta.
—¿Quién ha venido?
—Facundo Pieres.
Paula se incorporó hasta sentarse en la cama.
—Hágale pasar, Marietta. Me gustaría hablar con él.
—El señor Alfonso  me ha dicho que nunca permitiera…
—El señor Alfonso no está aquí en estos momentos y, si yo quiero ver a alguien, él no puede impedírmelo —dijo Paula con decisión—. Además, tengo algo importante que decirle.
Marietta lanzó un suspiro, se marchó y, al cabo de un minuto, volvió con Facundo.
—Esperaré ahí fuera por si me necesita —dijo Marietta a Paula.
—Gracias, Marietta; pero, si no le importa, preferiría que nos dejara a solas tranquilamente.
Marietta lanzó a Facundo  una gélida mirada y se marchó.
—Tenía que verte antes de marcharme, Paula —dijo Facundo una vez que se encontraron a solas.
—No eres tú el padre, Facundo —declaró Paula sin preámbulos—. Ya estaba embarazada cuando fui a tu casa aquella noche. Estaba embarazada de dos semanas.
—Lo sé. Por eso precisamente he venido. Tengo que confesarte algo que te va a… a sorprender.
Paula guardó silencio.
—Paula, me gustaría hablarte de la persona de la que estoy enamorado.
—Me alegro mucho por tí, Facundo. Y me alegro de que te vayas a Canadá, sé que siempre te ha gustado mucho viajar y…
—Paula —dijo Facundo, interrumpiéndola—, deja que te explique… Verás, durante la adolescencia, lo pasé mal. Tú eras mi mejor amiga y te lo contaba todo… excepto una cosa que jamás te conté, una cosa que nunca le conté a nadie.
Paula, inconscientemente, contuvo la respiración.
Facundo la miró fijamente a los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario