jueves, 26 de febrero de 2015

Una Cita con el Amor: Capítulo 47

Un repentino ruido nos hizo aterrizar de golpe en la realidad y me levanté a toda prisa, con los dedos temblorosos me abroché el sostén y abotoné la blusa, abrí la puerta despacio y sólo asomé medio cuerpo, era uno de los vigilantes que había subido a hacer su rondín habitual.
– Buenas noches señorita Chaves, ¿todavía por aquí? – dijo amablemente.
– Sí, terminando una campaña, pero ya casi me voy.
– ¿Quiere que le pida un taxi? – No es necesario, gracias.
Me sonrió y caminó a los elevadores, yo apreté los ojos de miedo y cerré de nuevo la puerta. Me di la vuelta y Pedro estaba parado justo detrás de mí, con su dedo pulgar delineó mis labios y luego acarició mi mejilla y bajó a mi cuello acariciándolo también.
– Debemos irnos, los policías estarán a la expectativa de mi salida, además, deben saber que estás aquí.
– Dije que iba a otro piso, no saben que estoy aquí contigo, es una gran ventaja que las ventanas de tu oficina tengan persianas, no se dio cuenta de mi presencia – dijo mientras besaba suavemente mi cuello y acariciaba mi cintura.
– Pedro, por favor – dije con un hilo de voz, mi cuerpo estaba reaccionando de nuevo a sus caricias haciéndome perder la perspectiva de donde nos encontrábamos.
– Sólo una vez más, haré un viaje de negocios y no sé cuando pueda regresar a Nueva Jersey, quizá nos veamos hasta el día de la boda – anunció lamiendo mi oreja en tanto sus manos acariciaban mis senos por encima de la blusa.
– Aún no te he confirmado que iré.
– Con mayor razón, necesito hacerte mía una vez más esta noche.
Me besó apasionadamente mientras desabrochaba la blusa y la bajaba dejando al descubierto mis hombros, dio pequeños besos en uno y después siguió por mi cuello y paso hasta el otro hombro, yo tenía mis manos entre sus cabellos. Me cargó y me depositó sobre el escritorio, como pude hice a un lado las cosas y tiré el portarretratos al suelo, él se rio y sentí como separaba suavemente mis piernas para enterrar su cabeza y besar mi parte más íntima. No pude reprimir el gemido al sentir como movía su tibia lengua en mí, puso un dedo en mi boca y comencé a chupárselo para no gritar, estaba totalmente envuelta en las magníficas sensaciones que me estaban provocando sus besos, en esa parte tan sensible.
Sentí que iba a explotar y él se detuvo, yo lo miré casi con furia y él sólo me sonrió, se colocó un nuevo condón, tomó mis piernas y entró en mí de golpe, moviéndose con desesperación, gimiendo al unísono, lo veía morderse el labio inferior, totalmente perdido en la excitación y en la lujuria del momento, gruñó cuando llegó al clímax, lo que provocó que yo lo alcanzara instantes después y luego salió de mí.
El sonido de mi celular hizo que pegara un grito del susto y hasta me llevé la mano al pecho, Pedro  se rió a carcajada abierta y yo le di una mirada de odio. Alcancé el aparato y los colores se me fueron de la cara cuando vi que era una llamada de Facundo, no quería siquiera imaginar que hubiera pasado si se le hubiera ocurrido llamar dos minutos antes. No muy segura contesté, sabía que insistiría.
– Hola – dije conteniendo la respiración.
– Hola Pau, adivina donde estoy.
– Ni idea – no tenía cabeza ni para pensar del uno al cinco menos para adivinar.
– Afuera de tu oficina, marqué a tu casa, pero como no me contestaste supuse que estarías aquí, te invito a cenar.
– Que sorpresa, en unos minutos bajo – dije nerviosa y le colgué.
Miré con pánico a Pedro y comencé a abrocharme la blusa y metérmela en la falda. Comencé a buscar mis bragas, pero no las veía por ningún lado, él estaba parado cruzado de brazos viéndome seriamente, creo que había adivinado quien me había llamado, yo levanté los hombros y moví la cabeza negativamente, él sabía perfectamente de la existencia de Facundo, además, lo que había entre nosotros sólo era sexo, aunque ya no existieran las reglas, al final del día lo único que nos unía era eso, sexo sin compromiso ni ataduras.
– ¿Buscas esto? – preguntó mostrándome mis nada sexys bragas azules.
– Cómo te gusta hacerme sufrir – exclamé y levanté la mano para quitársela pero él puso la suya detrás de su espalda
– no es momento de juegos, tengo que irme ya.
– Pues vete, yo no te estoy deteniendo.
– Dame eso de una buena vez.
– No, quiero conservar algo tuyo hasta que vuelva a verte.
– Pero eso no – grité entre seria y asustada.
– ¿Por qué no?
– Por obvias razones que no quiero repetirte, dámelas ya y estoy hablando en serio.
– ¿O qué?, ¿vas a llamar a los policías?
– Ash, me estás desesperando en serio, ya déjate de juegos.
– Hasta luego Paula, que pases buenas noches.
Comenzó a caminar y lo atajé en la puerta casi estampándolo en ella.
– Por favor, Pedro – dije en tono suplicante, casi al borde de las lágrimas de desesperación.
– Él te tiene completa, ¿qué más da que yo conserve esto?
– No, no me tiene completa y lo sabes, no te puedo dejar eso, al menos no hoy, otro día, te lo prometo, cuando volvamos a vernos, te daré otra cosa hoy, por favor.
– ¿Y qué me darías a cambio?
Lo tomé de la mano obligándolo a caminar conmigo, no quería que se me escapara, se veía molesto y quizá podría ser capaz de cometer una locura. Abrí el cajón de mi escritorio con la mano que tenía libre, sin soltarlo, ahí tenía una pañoleta, la saqué y la puse sobre el escritorio, tomé el pequeño perfume que estaba también en el cajón y le rocié un poco a la pañoleta y se la dí. Me sonrió y me entregó las bragas.
– Ah, se me olvidaba decirte, no uses vestido rosa ni lila para la boda – dijo en el umbral de la puerta.
– No te he asegurado que iré.
– Buenas noches, Paula.

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