martes, 10 de febrero de 2015

Una Cita con el Amor: Capítulo 3

– ¿Estás libre está noche? – dije atropelladamente cerrando los ojos como si él me estuviera viendo.
– Sí, ¿en dónde nos vemos? – respondió y casi pude asegurar que sonreía.
– No lo sé, tú dime – no iba a citarlo en mi departamento, alguien podría verlo.
– ¿Te queda cerca el Hotel Rose Imperial? – muy conveniente, cómo no se me ocurrió.
– Como a 20 minutos – dije no muy segura, no lo identificaba bien.
– Te veo en el lobby en media hora, ¿te parece bien?
– Sí, claro – con suerte si el tráfico me lo permitía.
– ¿Cómo te reconozco?
– Mido como 1.60, cabello largo castaño y ondulado, ojos café oscuro, piel blanca y traigo un vestido negro asimétrico de manga corta, que me llega debajo de la rodilla, y yo, ¿cómo te reconozco a tí?
– Simplemente lo sabrás, en media hora te veo.
Escuche el tun, tun, tun que indicaba que él había colgado primero.
Metí lo indispensable a mi bolso, como un labial, mi monedero y mis llaves, tomé mi abrigo y salí prácticamente corriendo. Mientras bajaba por el ascensor pensaba en lo que estaba a punto de hacer, era completamente insensato, una total locura, una cita en un hotel con un desconocido que igual y podría ser un psicópata. Pero ya lo había hecho y además mi número había quedado registrado en su celular, si no me aparecía seguramente me buscaría para reprocharme.
Tomé un taxi y le indiqué la dirección, exactamente 25 minutos después estaba yo cruzando la puerta del hotel, uno de cinco estrellas, por cierto, jamás me imaginé que ahí te alquilaran una habitación sólo por una noche. Tomé un gran respiro mientras caminaba nerviosa de un lado a otro, y, ¿si era una tomada de pelo?, ¿una broma?, la chica que me dio el teléfono sólo la había visto una vez en mi vida y por lo que recordaba ya estaba pasadita de copas. Definitivamente había perdido el juicio, estaba por salir del lugar cuando alguien susurró en mi oído.
– ¿Estás libre esta noche? – el sonido de su voz erizó mi piel.
Asentí con la cabeza, aquella intensa sensación que su aliento produjo en mi oreja no me permitió hablar y eso que todavía no me tocaba. Volteé y me encontré con el hombre más guapo que había visto jamás; alto, delgado, de piel muy blanca, ojos verdes, cabello corto desordenado y con una sonrisa cautivadora, vestía un traje negro impecable, en verdad era un dios. Me ofreció su brazo y nerviosa lo tomé. Caminamos en silencio al elevador. Subimos al piso 15 y recorrimos el pasillo hasta la última habitación. Deslizó la tarjeta y la puerta se abrió, me dejó pasar primero, además de guapo olía exquisitamente. Entro detrás de mí, encendió la luz y cerró la puerta.
– ¿Cómo me contactaste? – preguntó mientras yo caminaba al centro de la habitación.
– Una… amiga me dió tu número – no consideré buena idea decirle la verdad.
– ¿Te explicó las reglas? – dijo con un tono de solemnidad.
– No… sólo me dijo la clave. – respondí volteándome y encarándolo.
– Bien, regla número 1, no nombres, no me dirás el tuyo ni yo te diré el mío; regla número 2, no preguntas personales, nada que pueda dar indicios de quienes somos en realidad, ¿entendido?
– Sí, no nombres, no preguntas personales – repetí como si fuera una alumna.

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