viernes, 6 de febrero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 59

—Me cuesta creer eso —respondió Pedro—. ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada en el momento que lo supiste? Has tenido muchas oportunidades para hacerlo.
—Me preocupaba tu reacción.
—Esconder la cabeza en la arena no es forma de solucionar una situación como ésta, Paula. Debías de sospechar que estabas embarazada antes de venir aquí.
—Creía que no me venía el periodo por la gripe —dijo ella.
—En cualquier caso, no voy a aceptar a ese niño hasta que no se demuestre que es mío —declaró Pedro.
Paula empezó a perder la compostura.
—No puedo creer que seas tan cruel. ¿Te das cuenta de lo que esto es para mí?
—De lo que me doy cuenta es de que te preocupa tu futuro.
—¡Esto no es una cuestión de dinero, Pedro!
—Entonces, ¿qué es?
—Es qué va a pasar con nosotros… y con el niño.
—Lo tienes todo bien pensado, ¿eh?
Paula le lanzó una colérica mirada.
—Ésta es la razón por la que no me atrevía a decírtelo antes. Quería esperar a que se hubieran arreglado las cosas entre nosotros para decírtelo… Esperaba que te hiciera feliz…
«Esperaba que me quisieras y que también quisieras tener un hijo, independientemente de quién es el padre», pensó Paula.
—Pides demasiado, Paula—dijo Pedro fríamente.
—Sí, supongo que sí —dijo ella con los ojos empañados por las lágrimas—. Y no me quieres y nunca me querrás.
Tras esas palabras, Paula se dió media vuelta y salió de la cocina.

—¿A que no sabes una cosa? —Harriet Fuller le dijo a Paula la noche de la inauguración de la exposición.
—¿Qué?
—Todos tus cuadros tienen la etiqueta de «vendido» —la informó Harriet con entusiasmo—. Todos.
Paula, perpleja, miró en dirección al lugar donde estaban sus cuadros y comprobó la veracidad de aquellas palabras. Todos estaban vendidos.
—¿Sabes quién los ha comprado? —preguntó Paula a Harriet.
—Ese hombre que está ahí —Harriet señaló a un hombre de unos cuarenta años que estaba pagando con una tarjeta de crédito—. ¿Le conoces?
Paula no se había dado cuenta hasta ese momento de que, subconscientemente, había albergado la esperanza de que Pedro se los hubiera comprado. Sin embargo, aquel hombre era un desconocido.
—No, no le conozco —le respondió a Harriet—. ¿Quién es, un coleccionista de arte?
—No lo sé —contestó Harriet—. De todos modos, qué más da. Has causado tanto revuelo… todo el mundo quiere entrevistarte.
Paula estaba disfrutando con su éxito, pero según transcurrían las horas empezó a sentirse cansada.
—¿No han podido venir ni tu marido ni tus padres? —preguntó Harriet casi al final de la fiesta de inauguración.
Dulce sacudió la cabeza tristemente.
—No.  Pedro está de viaje de negocios. Y mis padres… en fin, digamos que esto les escandalizaría. Mi padre piensa que estos sitios están llenos de drogadictos o gente por el estilo.
—En ese caso, será mejor que no les menciones a Devlin Prosserton —le advirtió Harriet, refiriéndose a un compañero suyo de curso que tenía fama de dar fiestas infames.
—Tienes razón, no lo he mencionado —dijo Paula—. En fin, estoy agotada. Creo que me voy a ir a casa y voy a dormir una semana entera.

—Paula, tiene una visita —anunció Marietta a la mañana siguiente—. Está esperándola en el salón.
Paula bajó y encontró a su madre sentada en uno de los sofás.
—Mamá, qué sorpresa. Iba a ir hoy a verte para contarte…
—Paula… —Alejandra se puso en pie—. Por favor, hija, espera. Antes… tengo que contarte algo.
Paula se la quedó mirando con aprensión.
—Hija, he sido muy dura contigo respecto a tu desliz con Facundo —añadió Alejandra con expresión de pesar—. La verdad, es que he sido una hipócrita porque yo… le hice lo mismo a tu padre al principio de estar casados.
Paula abrió desmesuradamente los ojos.
—¿En serio?

No hay comentarios:

Publicar un comentario