sábado, 21 de febrero de 2015

Una Cita con el Amor: Capítulo 33

Él sonrió, me dió un ligero beso en los labios, me tomó de la mano y nos dirigimos a nuestros lugares. Pedro estaba parado frente a la mesa preparando unas bebidas, una chica estaba a su lado hablandole muy entusiasmada, era un poco bajita, de tez levemente oscura, ojos cafés, cabello castaño que le llegaba debajo de los hombros y con una gran sonrisa, traía unos jeans y un jersey de los Gigantes, al parecer era fan del equipo. Ví que le acarició el cabello a él y los celos me inundaron, pero, ¿cómo podía estar celosa?, era seguro que él tuviera a alguien en su vida. Nos acercamos y la chica saludó a Facundo.
– ¡Hola!, que bueno que viniste – exclamó entusiasmada saludándolo de beso en la mejilla.
– Hola, mira, te presento a mi novia Paula, amor, ella es Jennifer.
– Mucho gusto Paula, moría por conocerte, no sabes lo bien que se expresa este hombre de ti, te tiene en un altar – dijo abrazándome como si fuéramos grandes amigas.
– Mucho gusto – respondí sintiéndome asfixiada.
– ¿Les sirvo algo? – preguntó Pedro  mientras le daba un vaso a Jennifer obligándola a soltarme al fin.
– Yo quiero un whisky en las rocas – dijo Facundo de inmediato.
– Yo un jugo de naranja, por favor.
Ví como preparaba el whisky y luego tomó otro vaso y el jugo de naranja.
– ¿Hielo? – me preguntó mirándome.
– No, gracias – respondí esquivando la mirada.
Sirvió el jugo y tomó ambos vasos, a Facundo le entregó el suyo y a mí, el mío, rozando mis dedos cuando lo tomé, provocando que sintiera un escalofrío, vi que esbozo una sonrisa traviesa, sabía perfectamente el efecto que provocaba en mí.
Tomó a Jennifer de la mano y caminaron a sus asientos, dejé que Facundo me abrazara y caminamos detrás de ellos, nos sentamos a su lado, Facundo junto a Pedro, yo quedé en una esquina y miré al campo de juego, no tenía idea de lo que estaba pasando ahí, pero tenía que tratar de distraer mi mente. No sabía que iba a pasar ahora, era un hecho que él juego entre él y yo había terminado, las dos primeras reglas estaban quebrantadas totalmente, la tercera ya no importaba, era la más difícil de romper.
Los minutos pasaban lentamente, cada que detenían el reloj en el juego mi corazón se detenía porque eso extendía la agonía de estar ahí, a tan sólo un asiento de distancia. Estaba a punto de pedirle a Facundo que nos fuéramos, pero la parte masoquista de mí no quería irse, lo más probable es que fuera la última vez que lo viera y quería guardar esos recuerdos, su sonrisa natural, tan encantadora como la retorcida, sus gritos por la emoción del partido, era un chico normal, que disfrutaba de la vida.

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