miércoles, 18 de febrero de 2015

Una Cita con el Amor: Capítulo 25

Me dirigí a mi oficina y Geraldine me siguió para saber el reporte de la mini charla que había tenido con mi jefe, entramos y ella cerró la puerta y se sentó frente a mí mientras yo daba la vuelta al escritorio para ocupar mi lugar.
– ¿Qué te dijo Martín?
– Que estaba preocupado por mí porque últimamente llego tarde y ando distraída.
– ¿Y tú qué le dijiste?
– Que era una crisis por mi cumpleaños.
– Sí, claro, pero a mí sí me vas a decir la verdad.
– No tengo nada, sólo estoy saturada de trabajo y por lo mismo anoche no pude dormir, estoy estresada por el coctel que tendremos mañana, aún faltan detalles, por cierto, tenemos que ir al salón a revisarlos.
– Sí, en verdad es un evento importante el de mañana, pero tú estás rara desde tu cumpleaños, algo sucedió ese día que no sé porque no me lo quieres decir – abrió los ojos como platos y se llevó las manos a la boca – Facundo al fin te pidió matrimonio, por eso andas así, toda nerviosa y ansiosa, te dió tiempo para pensarlo y por eso aún no traes puesto el anillo, mala amiga, con que ocultándome información.
– Que buena imaginación tienes  Geraldine, Facundo no me ha dado ningún anillo ni me ha pedido nada, ¿no recuerdas que me dejó plantada el día de mi cumpleaños?
– Bueno, es que no encuentro otra razón para tu repentino cambio, obviamente no se trata de un amante, no te atreverías a engañar a Facundo y menos con lo…
– Perfecto que es – la interrumpí porque ya me sabía esa línea de memoria – ¿tan aburrida soy?, como para no buscarme un amante que me entretenga mientras mi novio no está – ¿eso era en realidad ese extraño para mí?, ¿sólo un pasatiempo para mitigar mi soledad?, y si era eso porque cada día que pasaba anhelaba y deseaba más y más estar con él sin importarme lo demás.
– No eres aburrida Paula, simplemente eres una chica con valores que ama a su novio y que jamás haría algo que pudiera dañarlo – se levantó de la silla – ¿a qué hora vamos al salón?
– Después del almuerzo.
– Ok, entonces iré por mi bolso porque ya sólo faltan cinco minutos para la una.
Asentí con la cabeza mientras miraba el monitor de mi computadora, que apenas se encendía en tanto sentía las palabras de Geraldine retumbar en mi mente, ¿qué era lo que había hecho?, ¿dónde habían quedado mis valores?, ¿qué pasaría si Facundo se llegara a enterar?, ¿qué haría? Eso le dolería profundamente, le causaría un daño enorme y no se lo merecía, no, porque antes de novios éramos amigos, él había sido quien me apoyó cuando mis padres se divorciaron, quien me hizo ver que no era culpa mía, él había secado mis lágrimas en innumerables ocasiones, quien me había abrazado en las noches de tormenta que tanto me asustaban, el que me había llevado al baile de graduación, con él fue mi primer beso, mi primera vez, quien me conocía mejor que nadie. Y no se merecía lo que le estaba haciendo, no había justificación alguna para mi comportamiento, ¿cómo pude olvidar todo eso y cambiarlo por unos momentos de placer con alguien para quien yo no significaba nada?, para quien yo era sólo un número, una conquista más y ni siquiera eso, era sólo una más en su cama y, entonces, me sentí tan miserable y ruin, ¿cómo fui capaz de dejarme llevar por las bajas pasiones en lugar de pensar con la cabeza? Y fue cuando tomé la decisión de no buscarlo más, no iba a arruinar mi vida por alguien del que ni siquiera sabía su nombre.
Hoy hacía exactamente tres semanas desde mi último desliz, me había costado trabajo resistirme, tenía que reconocerlo, había noches en las que flaqueaba y tomaba el celular pero me obligaba a mí misma a ver la fotografía que nos tomaron a Facundo y a mí en Disneylandia para tomar valor y evitar llamar al extraño. Curiosamente Facundo se había dado más tiempo para estar conmigo, cenábamos juntos tres veces a la semana y todos los domingos habíamos ido al cine y entonces me sentí más culpable, porque si él estaba teniendo ese comportamiento es porque había notado algo raro en mí.
Esa noche me encontraba viendo el televisor en mi habitación, era viernes y a pesar de que eran las ocho yo ya estaba en pijama. Mi celular sonó y lo tomé de la mesa de noche, el identificador señalaba “número restringido”, eso me llamó mucho la atención, pero pensé que podría ser algún cliente de la agencia llamando de un Nextel, así que contesté. “Hola, buenas noches”, dije amablemente y me respondió el silencio, no se percibía ningún ruido, “hola, ¿hay alguien ahí?”, pregunta tonta porque evidentemente alguien me había marcado y debía sostener un teléfono del otro lado. Y, de pronto, escuché un suspiro que me erizó hasta la punta del último cabello seguido por el tun, tun, tun que indicaba que había colgado.

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