miércoles, 24 de diciembre de 2014

Una Dulce Inocencia: Capítulo 30

Sentí mi teléfono sonar, según yo… lejos, pero el sonido cada vez se acercaba más. Gemí y abrí un ojo para encontrarme con la luz parpadeante de la pantalla de ese maldito aparato. Lo tomé, descolgué y lo puse entre mi hombro y oreja.
- Gracias por quitarme minutos de sueño mamá.- gruí con voz pastosa.
- Deberías levantarme un altar. Estoy segura que con el ajetreo del acomodo del departamento, ni siquiera se te ocurrió activar la alarma.
- Claro que la activé. Está puesta a las seis y media.- rebatí como niño pequeño.
- ¿Y porque faltando diez minutos para las siete aun tienes pegadas las sábanas?.
Me incorporé de un salto en la cama, y al mismo tiempo tuve que apoyarme para no caer. Obviamente el vivir lejos de casa, me pasaba factura el primer día.
- ¡Gracias mamá! Eres la mejor.- dije corriendo de un lado a otro.
- Lo sé.- contestó ella pagada de si misma.- Tu papá, hermana y yo te deseamos toda la suerte del mundo mi amor. Un beso.
- Los quiero.- dije y corté la llamada.
Luego de una ardua batalla por ver quien se duchaba primero, golpes y gritos por la demora de los baños y un sin fin de peleas ****as, típicas mañaneras cuando se anda a contra tiempo, salimos del departamento corriendo.
A las ocho de la mañana estábamos paseándonos de un lado a otro fuera de la oficina del director del hospital, donde nos darían horarios y se nos asignarían diversas labores. Observé a Lucy, la única que parecía estar en un sauna. Totalmente relajada y sentada a la espera de nuestro turno.
- ¿Tomaste o fumaste algo?.- inquirí al verla mirarse las uñas distraídamente.
- No.- dijo simplemente.
- ¿Acaso no tienes el estómago revuelto como si quisieras expulsar hasta el desayuno del mes pasado?.- ese comentario era claramente de Michael.
- ¡Jesús! Son tan exagerados.- dijo exasperada.- Sólo deberán poner en práctica sus conocimientos.
- ¿Y si no lo hacemos bien?.
- Pedro.- estaba a punto de perder la paciencia, así que tomó aire y cerró los ojos.- ¿Por qué mejor no me dicen de una vez quien era la mujer de ayer?.
Bastó que dijera eso para que Michael y yo dejáramos de deambular como leones enjaulados de un lado a otro. Lucy había estado preguntando desde que habíamos dejado el aeropuerto por la mujer a la que llevaban detenida, pero nos habíamos hecho los desentendidos del tema. Al parecer esta no sería la excepción y ella estaba comenzando a interpretar las señales. En este momento, el silencio sepulcral.
- ¡Ok! ¡Ok!.- se levantó con sus manos en alto.- No me digan nada, pero esa es una prueba de la gran amistad que tenemos.- fue irónica.
- Tenlo por seguro que no te gustaría saber.- negó divertido Michael.
- Michael.- silbé.- ¡Cállate!.
- ¡Si. Michael! ¡Cállate!.- imitó mi voz Lucy.- Par de ****as.- masculló y se alejó.
Michael se acercó a mí y me hizo una seña para caminar en dirección contraria a Lucy.
- ¿No te ha picado la curiosidad por saber el motivo de tanto alboroto?.- se refería a esa mujer y el aeropuerto. Negué.- ¿Seguro? ¿Ni un poco? ¿Una milésima?.
- ¡Está bien! ¡Si!.- sonrió triunfante.- Sólo un poco.- puntualicé.
- Vale.- no me creía.- ¿Y si nos damos una vuelta por allí?.
- Olvídalo. No me meteré en esos lugares nunca más.
- No jodas Pedro.- exclamó hastiado.
- Michael, éramos adolescentes.- expliqué como si hablara con un niño pequeño.- Creo que hemos madurado ¿Verdad? Además ahora lo pienso y fue realmente enfermo.
- ¡No te quejaste!.- me apuntó.- Nadie se quejó.
- Ni con eso. No voy a volver ahí.- finalicé.
- Yo sí. Creo que necesito….- pero su comentario quedó paralizado y su vista fija tras mío.
- Buenos días.- me giré al oír la voz de una chica.- ¿Son ustedes los residentes?.
- Si, somos nosotros.- respondí al ver a mi amigo sin palabras ¡Por primera vez!.
- ¿Acaso no eran tres?.- inquirió desconcertada ojeando una lista en sus manos.- Pedro Alfonso, Michael Bolton y Lucy Foreman.
- ¡Aquí estoy!.- gritó Lucy y corrió hacia nosotros.
- Muy bien. Entonces…- nos observó a los tres.- ¿Tú eres…?.
- Pedro Alfonso.- me presenté.
- Lucy Foreman.- continuó mi amiga, pero el tercero no respondía…Lucy se encargó.
- ¡Auch!.- se quejó del certero golpe en su nuca.- Soy…soy…Michael.
- Entiendo.- dijo la chica mirándolo extrañada.- Soy Vanessa B…
- ¡Encantado!.- la interrumpió, tomando su mano y agitándola efusivamente.
- Suéltala. La dejarás sin mano.- sisee entre dientes.
- ¡Lo siento! ¡Lo siento!.- se disculpó. Nos miramos con Lucy y volteamos los ojos.
- Ehm. No te preocupes.- lo tranquilizó la chica.- Síganme por favor.
Íbamos a seguirla, cuando Michael nos jaló a ambos de un brazo con fuerza y nos dejó frente a él. Podía apostar lo que diría, y estaba seguro que Lucy también.
- ¡Me enamoré!.- chilló en tono bajo. Ambos bufamos.
- ¿Otra vez?.- lo acusó Lucy con tono cansino.
- ¡Esta vez es de verdad!.- besó sus dedos y los elevó al cielo como juramento.
- Michael.- palmee su hombro.- Vienes repitiendo el mismo rezo desde que bajamos del avión.
- ¿De verdad?.- asentimos.- Pues olviden eso ¡Esa es mi chica!.- apuntó adelante.
- Ok. Ayer era "La Paula de la Bestia". Hoy es ella ¿Y mañana?.- se burló Lucy
- La chica del aeropuerto está buena.- reconoció.- Pero era Pedro el que babeaba por ella. Ahora si me disculpan.- hizo una reverencia.- El amor me llama.
- Está loco.- expresé divertido.
- No lo creo.- miré incrédulo a mi amiga.- Al menos en el hecho que babeabas por la chica de ayer. ¡Bestia!.- rió y siguió a Michael.
Me quedé de pié con una sonrisa en los labios. No podía negar que la chica de ayer era preciosa y que en repetidas ocasiones durante el resto del tiempo su rostro se había manifestado en mi memoria. Pero… ¿Babeando? ¡No! ¡Claro que no! ¿O sí? En todo caso…era una posibilidad en una en un millón volverla a ver… ¡Imposible!.

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