viernes, 29 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 50

–¿Te puedes creer que Pedro se haya casado con una gorda con cara de pudin que apenas sabe leer y nunca tiene nada que decir?

Paula se quedó helada.

–Una tragedia –dijo otra mujer–. No me puedo creer que un hombre como Pedro se haya dejado atrapar por una cualquiera como esa, enana y estúpida.

–Bueno, yo no la llamaría estúpida –contestó la primera mujer.

Temblando, Paula miró por la ranura de la puerta. Marcela y Leticia estaba paradas frente al lavamanos, pintándose los labios. Las dos eran ricas herederas que se habían casado con hombres aún más ricos que ellas. Y las dos estaban tan delgadas que parecían perchas con aquellos trajes de firma de Milán.

–Una pena –dijo Marcela, suspirando y empolvándose la nariz al tiempo que se miraba en el espejo–. Romina debería estar con nosotros esta noche, como siempre.

–Y estará –le dijo Leticia, tratando de consolar a su amiga. Volvió a guardar el pintalabios dentro de su diminuto bolso de cristal–. Esa buscavidas gorda se dará cuenta de que no tiene nada que hacer aquí. En cuanto nazca el crío, Pedro se cansará de ella y la mandará de vuelta a los Estados Unidos. Y entonces volverá con Romina, como debe ser –miró a la otra mujer–. ¿Hemos terminado?

–Creo que sí –respondió Marcela.

Sonrientes, salieron del aseo.

El golpe de la puerta reverberó en todo el servicio. Paula entrelazó las manos; el corazón se le salía del pecho. Sentía escalofríos y no podía dejar de temblar. Era culpa suya, por haberse quedado escondida. Si hubiera salido inmediatamente del cubículo, Marcela y Leticia no hubieran sido tan groseras. No hubieran sido tan crueles si hubieran sabido que ella estaba allí dentro, escuchando. Pero entonces se dio cuenta de que… Habían hablado en inglés.

–Oh… –exclamó para sí.

Se apoyó contra la pared del servicio como si acabaran de darle un puñetazo. Se miró en el espejo y vió lo poco que la favorecía aquel traje minimalista. Salió a toda prisa. Sus zapatos de tacón alto repiqueteaban contra el suelo. Cruzó el elegante restaurante, pasando por delante de los adinerados habituales del local. Pedro estaba sentado junto a Marcela, Leticia y sus respectivos maridos, riéndose a carcajadas mientras las mujeres le lanzaban sonrisas cómplices y maliciosas. De repente, sintió que le fallaba el coraje.

1 comentario:

  1. Que hdp que son!!! Pobre pau!! Ojalá tenga el coraje de enfrentarse a esas víboras y cantarles las cuarenta

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