viernes, 8 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 5

–¿Y bien, cara? –le preguntó él, apremiándola–. ¿Qué me dices?

Paula se volvió hacia él nuevamente. Se sentía casi mareada de tener tanta atención por parte de él. Estaba embriagada, consumida bajo aquella mirada abrasadora.

–No lo entiendo –dijo muy lentamente.

–¿Qué hay que entender?

Paula se aclaró la garganta.

–No capto la broma.

–Yo nunca bromeo.

–¿No? Pues qué pena. Yo bromeo todo el tiempo –dijo ella–. Normalmente, sin darme cuenta.

Él ni siquiera sonrió. Se limitó a atravesarla con la mirada. Su rostro era impasible, tan hermoso…

–¿Está hablando en serio?

–Sí.

–Pero… Se trata del baile Preziosi di Alfonso –dijo ella, casi tartamudeando–. Es el acontecimiento más importante de todo el verano. El alcalde asistirá. El gobernador. Los paparazzi.

–¿Y?

–Podría ir con cualquier mujer.

–Pero quiero ir contigo.

Aquellas cuatro palabras tan sencillas se agarraron al corazón de Paula como una planta enredadera. Entrelazó las manos para que no le temblaran tanto.

–Pero tiene novia. Lo he leído…

La expresión de Pedro se endureció de repente.

–No.

–Pero Romina Bianchi…

–No –repitió él.

Mordiéndose el labio inferior, Paula le miró a los ojos. No le estaba diciendo toda la verdad, y el peligro que manaba de aquel cuerpo glorioso casi le abrasaba la piel. Si él llegaba a averiguar quién era ella en realidad, perdería su trabajo, o terminaría en los tribunales acusada de espionaje empresarial. Su instinto de supervivencia solo le decía una cosa… «Corre…».

–Lo siento –dijo finalmente–. Pero no.

Los ojos de Pedro se hicieron más grandes. Era evidente que se había llevado una gran sorpresa.

–¿Por qué?


Ella se mordió el labio.


–Mi trabajo…


–Dame una razón de verdad…


¿Una razón de verdad? ¿Decirle que era la hija de un hombre al que odiaba, y la prima de otro hombre al que odiaba mucho más? O también podía darle la mejor razón, la más grande de todas. Su fuerza, su poder y su extraordinaria belleza masculina la aterrorizaban. Conseguían que su corazón latiera sin control y la hacían temblar de los pies a la cabeza. Ningún hombre había ejercido semejante influjo sobre ella jamás, y no sabía qué hacer. Lo único que se le ocurría era echarse a correr.

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