viernes, 15 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 17

–¿De qué estás hablando? –le quitó la copa vacía y le puso la suya, todavía llena, en la mano–. Toma. Bébete esto.

Ella levantó la vista. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

–No debería haber dicho eso en voz alta. Debes de creer que…

–No creo nada –la mirada de Pedro le llegó al alma–. Nunca te disculpes por decirme lo que piensas. No puedes hacerme daño. No hay nada entre nosotros, así que no te arriesgas a nada.

Ella parpadeó rápidamente, nerviosa.

–Ahora eres tú el que está siendo buen chico.

Él resopló y entonces sacudió la cabeza. Una sonrisa juguetona asomaba en sus labios.

–Nunca me han acusado de eso antes. Y ahora bebe.

Obedientemente, Paula bebió un sorbo.

–Delicioso, ¿No? Acabo de comprarle los viñedos a un brasileño. Me costó una fortuna –sonrió–. Pero me siento muy feliz porque sé que mi peor enemigo se muere de rabia.

Paula abrió mucho los ojos y dejó de beber bruscamente.

–No serán los viñedos de San Rafael.

–Ah, los conoces –él sonrió satisfecho–. Pertenecían al conde de Castelnau. Ahora son míos.

–No me digas –Paula empezó a sentirse mareada de pronto.

Su primo Tomás se había puesto furioso cuando un brasileño les había arrebatado el negocio. Ella lo recordaba muy bien. No se había dado cuenta de su valor hasta perderlo. Típico… A la gente siempre se le daba mejor ansiar cosas que no tenían en vez de disfrutar de lo que ya tenían. Pero los dos hombres llevaban más de cinco años siendo feroces rivales en los negocios, desde que Tomás había adquirido una firma de lujo italiana que Pedro consideraba suya por emplazamiento geográfico. Si alguna vez llegaba a averiguar que era la prima de Tomás, sin duda pensaría que era una espía corporativa, sobre todo después de haberla sorprendido en su despacho, a oscuras. Le temblaron las rodillas. Él la sujetó.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó Pedro, preocupado–. ¿Te has bebido el champán demasiado deprisa?

Ella levantó la vista. Había dejado el nombre de su padre y el de su primo fuera de su currículum a propósito, sabiendo que Alfonso Worldwide jamás la hubiera contratado de haberlo sabido, por mucho que David la hubiera recomendado. Pero decirle la verdad a Pedro no era una buena opción. Así no conseguiría nada y probablemente perdería su trabajo. Tendría que volver a casa con su padre y a lo mejor se veía abocada a casarse con el hombre que su padre quería para ella, un empleado que le doblaba la edad.

–¿Paula?

–Necesito comer algo –le dijo ella–. No he comido nada en todo el día –le ofreció una débil sonrisa–. Y he corrido casi un kilómetro.

–Claro.

Le quitó la copa a medio terminar de las manos y sonrió.

–He preparado una cena privada. Mi chófer nos ha llevado una selección de platos del bufé a la limusina. Disfrutaremos de un pequeño picnic de camino a casa.

–¿Un picnic? ¿En tu limusina? –repitió ella. Sacudió la cabeza. De repente se sentía mareada, pero no tenía nada que ver con el champán. Suspirando, miró atrás, hacia el lujoso salón de fiestas–. Muy bien. Es que no esperaba que todo terminara tan pronto.

–Lo bueno siempre se acaba –le dijo él, ofreciéndole la mano.

No sin reticencia, ella la aceptó. Él la condujo a través del salón, deteniéndose unas cuantas veces por el camino para despedirse de conocidos y admiradores. Al fin escaparon por las escaleras, atravesaron el vestíbulo y salieron al exterior. La noche se presentaba fría y neblinosa.

–Debe de ser medianoche –murmuró ella.

–Casi. ¿Cómo lo sabías?

–Porque llevo toda la noche sintiéndome como Cenicienta.

Levantó la vista. En sus ojos había auténtica gratitud.

–Muchas gracias por hacerme pasar la mejor noche de mi vida.

Él parpadeó y entonces frunció el ceño. De repente la acorraló contra la enorme columna de piedra blanca. Paula se estremeció al sentir la fría superficie contra la espalda.

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