lunes, 18 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 22

Le quitó las braguitas, las arrojó al suelo y empezó a lamerla, dilatándola con los dedos para poner saborear cada rincón de su sexo. Estaba húmeda; muy húmeda. Un maremágnum de placer la succionaba hacia su interior, hundiéndola en un profundo éxtasis. Levantó las caderas sin pensar y él la besó. La tensión en lo más profundo de su ser aumentó más y más. No podía soportar más aquella dulce tortura, esa agonía de placer. Pero él le sujetaba las caderas con firmeza, dilatándola más y más, lamiéndola. Introdujo un dedo dentro de su sexo hasta el primer nudillo, y después dos… Y después tres… Llegando más y más adentro cada vez. Ella arqueó el cuerpo, tratando de zafarse de él, pero él no la dejaba escapar de esa exquisita agonía. Ella se aferró a la sábana y dejó que rugiera la tormenta que llevaba dentro. En la distancia, oyó un grito proveniente de sus propios labios.

Pedro se protegió y se colocó entre sus piernas.

–Lo siento –le dijo en un susurro al oído.

Entró en su sexo de una vez, abriéndose camino fácilmente. El dolor repentino la hizo contener el aliento. La llenó por completo y entonces Paula gritó de placer. Él se detuvo un instante y dejó que ella se acostumbrara a la sensación de tenerle dentro.

–Lo siento –volvió a murmurar. Bajó la cabeza, la besó en la frente, en las mejillas, en los labios…–. La única forma de superarlo es seguir adelante.

La respuesta de ella fue un gemido sofocado. Escondió la cara contra la almohada. Y entonces, lentamente, muy lentamente, él empezó a moverse dentro de ella y entonces ocurrió un milagro. Un océano de placer, que había retrocedido debajo de ella como una ola, llevándose la arena a sus pies, pareció volver de repente. Con cada embestida, lenta y profunda, él llenaba un sitio dentro de ella y la hacía vibrar de placer. A medida que su cuerpo le aceptaba, Pedro empezó a moverse con más fuerza, empujando con frenesí y sujetándola de las caderas. Sus pechos se movían con la fuerza creciente de sus arremetidas y el cabecero de la cama golpeaba la pared. Echó atrás la cabeza y la tensión que había en su interior se convirtió en una espiral que giraba y giraba… y finalmente saltó como un resorte. La joven dió un grito inconsciente a medida que las explosiones extáticas la sacudían por dentro y, casi al mismo tiempo, le oyó gritar a él al tiempo que daba la última embestida, poderosa y colosal. Cuando Paula abrió los ojos, Pedro estaba encima de ella, abrazándola protectoramente. Cerró los ojos. Por algún motivo incomprensible, tenía ganas de llorar. Él la había llevado a un mundo totalmente desconocido…

Pedro jamás hubiera podido imaginar que el sexo pudiera ser así. Paula era una embriagadora combinación de inocencia y fuego. Nunca se había sentido tan insaciable como esa noche… Con la piel sonrosada y el cuerpo exhausto, cayeron en la cama unas horas antes del amanecer y se despertaron muertos de hambre no mucho tiempo después. Hicieron el amor por cuarta vez, rápida y bruscamente, y entonces bajaron a desayunar. Fuera lo que fuera lo que le hubiera prometido el día anterior, no tenía intención de dejarla marchar tan fácilmente. Quería algo más que una aventura de una noche.

–Esto está delicioso –murmuró Paula, inclinándose hacia delante sobre la mesa de desayuno.

Sorprendentemente, él le había preparado un delicioso desayuno con huevos y salchichas. El albornoz se le abrió un poco, revelando unos pechos exquisitos. Se llevó un bocado a la boca y esbozó una sonrisa pícara.

–Para serte sincera, no esperaba que se te diera bien cocinar.

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