miércoles, 20 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 30

–No deberías haber venido.

Ella respiró hondo.

–No tuve elección.

–¿Qué está haciendo aquí? –preguntó Romina en inglés–. ¿La has invitado, Pedro?

Romina… Se había olvidado de ella completamente. Irritado, se volvió hacia ella.

–No. No la he invitado –se volvió hacia Paula–. ¿Por qué estás aquí?

Paula se acercó un poco a él. Había una suave sonrisa en sus labios. Sus ojos marrones eran luminosos, le atrapaban el alma. Parecía una criatura sacada de otro mundo, un mundo más dulce lleno de magia e inocencia. Su hermoso rostro resplandecía.

–He venido a verte.

Él la miró, aturdido.

«He venido a verte…». No había artificio, ni engaño… No le contaba ninguna historia de casualidades absurdas. Casi no sabía cómo apañárselas con una sinceridad tan sencilla y aplastante. Tenía tan poca experiencia en ese sentido…

–No estás invitada –dijo Romina con frialdad–. Márchate.

Estaba claro que había reconocido a Paula. Sabía que era la mujer a la que Pedro había llevado a la gala Preziosi di Alfonso. La italiana la fulminó con una mirada envenenada. Pero la expresión de Paula no albergaba ni rastro de rabia o miedo. Miraba a la glamurosa heredera italiana con algo que parecía… simpatía.

–No he venido a hacer una escena –dijo tranquilamente–. Solo necesito hablar con Pedro, a solas. Por favor. Solo será un momento.

–Pedro no quiere hablar contigo.

Como él seguía callado, Romina dió un golpe de melena y le dedicó una mirada desagradable a Paula.

–Vete de aquí antes de que te eche yo misma, maldita… oficinista de pacotilla.

Paula ni se inmutó ante aquel insulto. Se volvió hacia Pedro con una dulce sonrisa.

–¿Puedo hablar contigo un momento? ¿A solas?

Estar a solas con Paula, un rato antes de anunciar el compromiso con Romina, no era una buena idea. En realidad era muy mala idea. Abrió la boca para decirle a Paula que debía irse. Pero entonces sintió que algo se retorcía en su interior, abrió la boca y…

–¿Nos disculpas un momento?

Romina retrocedió con cara de pocos amigos, visiblemente furiosa.

–Muy bien –dijo con frialdad–. Iré a saludar al alcalde y a mi amigo Pablo Hocking –dijo, refiriéndose a un millonario muy famoso de Silicon Valley.

Su advertencia no podía haber sido más clara. Pero a Pedro eso le traía sin cuidado.

–Grazie –contestó en un tono suave, totalmente ajeno a esa furia repentina.

Frunciendo el ceño, Romina dió media vuelta y se alejó. Su espalda desnuda parecía casi esquelética con aquel vestido asimétrico.

Pedro volvió a mirar a Paula. Con aquel sencillo conjunto de algodón estaba más guapa que nunca. En mitad de todo el ruido de la fiesta, el tintineo de las copas de champán, las risas de los invitados, era como si estuvieran solos.

–No pensé que volvería a verte –murmuró–. No me puedo creer que te hayas presentado en mi fiesta.

Ella sonrió.

–Muy valiente por mi parte, ¿No? O a lo mejor es pura estupidez.

–La valentía y la estupidez suelen ser la misma cosa.

Paula sacudió la cabeza. Pedro vio lágrimas en sus ojos que no había derramado.

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