lunes, 25 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 37

El cabello de Paula flotaba al viento. Pedro conducía su descapotable de lujo a través del enorme y solitario desierto de Nevada. La noche era fría. No podía dejar de mirarle al volante. La luz de la luna teñía de plata su cabello oscuro. La fiesta había terminado con un escándalo. Pedro le había dicho a Romina que se había dejado llevar por las revistas de sociedad y que en realidad sí tenía intención de casarse con Paula. Airada y ofendida, Romina se había marchado de la fiesta haciendo todo el drama posible.

–Te arrepentirás de esto –le había dicho antes de marcharse a Paula, clavándole las uñas en la piel del brazo–. Puede que lleves a su hijo en el vientre, maldita escoria, pero no mereces ser su esposa. Crees que me has derrotado, pero encontraré la manera de destruirte.

Dando media vuelta, la espectacular rubia se había marchado sin más, bien erguida y desafiante. Después Pedro había anunciado el compromiso y presentado a Paula ante todos. Los invitados les habían dedicado una oleada de aplausos y «enhorabuenas», pero ella había sentido en todo momento sus miradas confusas, como si se preguntaran por qué un hombre como Pedro la había escogido a ella como su futura esposa.

–Nos fugamos a Las Vegas –había anunciado después con una sonrisa pícara–. Esta noche.

Paula había contenido el aliento, al igual que todos los demás. Irían a Las Vegas en coche, porque su jet privado estaba de camino hacia San Francisco después de haber repartido un cargamento de víveres para una comunidad que se había visto afectada por un huracán.

–Estaremos casados mañana por la mañana –le había dicho después de librarse de los invitados–. A menos que quieras esperar a que tu padre pueda asistir a la ceremonia.

Al oír aquellas palabras, Paula había sentido un cosquilleo en la nuca, sabiendo que tenía que decirle la verdad acerca de su familia antes de casarse con él. Sacudió la cabeza.

–No. No quiero que venga mi padre. Y creo que tú tampoco. No nos llevamos muy bien. Ni siquiera sé si me quiere –respiró hondo–. Y hablando de eso, hay algo que debo decirte. Antes de casarme contigo.

–No es necesario –le dijo él. Su expresión se volvió fría de repente, hermética–. Ya sé lo que vas a decirme.

¿Pedro sabía quiénes eran los miembros de su familia? Paula se quedó boquiabierta.

–¿Lo sabes?

Él asintió. Sus ojos parecían implacables.

–No tiene sentido hablar de ello, porque no puedo hacer nada para cambiarlo.

Ella se mordió el labio inferior.

–Entonces… ¿Me perdonas? –susurró.

–Sí –dijo él y luego sacudió la cabeza–. Pero nunca podré amarte.

Paula no estaba preocupada por eso en ese momento. Lo que realmente le inquietaba era la posibilidad de que pudiera odiarla. Una oleada de alivio la sacudió por dentro. Él sabía su secreto. Sí lo sabía. De repente se sintió tan feliz que casi era como estar borracha. Probablemente lo había sabido desde el principio. Pedro Alfonso era un rival brillante, y era por eso por lo que era el mayor enemigo de su primo. Él conocía bien el negocio. Incapaz de contener un sollozo de alegría, le rodeó con los brazos. Sorprendido, él hizo lo mismo.

–Pediré que te hagan la maleta y que te la lleven a Las Vegas. No hay necesidad de llevar ropa. Ya compraremos algo allí.

–Necesito mis materiales para las joyas, las herramientas, y la manta que me hizo mi madre.

–Tienes pasaporte, ¿No?

–Sí.

Tenía un pasaporte lleno de sellos de aeropuertos franceses, pero ya no tendría que escondérselo.

–¿Por qué necesito un pasaporte?

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