lunes, 18 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 24

Pedro miró a Paula fijamente, pero ella parecía totalmente ajena a la importancia de la información que acababa de revelarle. Sonrió y sacudió la cabeza.

–Siempre estás trabajando, ¿No? –le dijo suavemente–. Es por eso por lo que tienes tanto éxito –añadió, abrazándose a una almohada–. A lo mejor si yo fuera más como tú, no sería tan torpe.

Él frunció el ceño.

–¿Torpe? ¿Quién ha dicho eso?

La sonrisa de ella se volvió triste.

–Nadie me lo tiene que decir. Vine a San Francisco para empezar un negocio de joyería, pero al final me acobardé –bajó la vista–. No soy tan valiente como tú.

Él se sentó a su lado.

–Hay muchas clases de valentía en el mundo, cara –le sujetó la barbilla y la obligó a mirarle a la cara–. Tú tienes un buen corazón. Confías en la gente. Y tus joyas son únicas y preciosas. Como tú –le dijo en un susurro. Apretó la mandíbula y asintió con la cabeza–. Empezarás tu propio negocio cuando llegue el momento adecuado. Lo sé.

Ella levantó la vista. Su mirada era casi dolorosa.

–¿Lo sabes?

–Sí –él dejó caer la mano–. Yo fracasé muchas veces, en muchos negocios diferentes, antes de hacer mi primera fortuna. Vendiendo pulseras de plástico para los niños, nada más y nada menos.

Paula soltó una carcajada. Casi no podía creérselo.

–¿Tú? ¿Vendiendo pulseras de plástico? No me lo creo.

Él le ofreció una sonrisa repentina.

–Es cierto. Se pusieron muy de moda y así hice mi primer millón. Estaba decidido a tener éxito. No importaba cuántas veces fallara. No me rendí –se pasó una mano por el cabello–. Y tú eres igual. Pero todavía no lo sabes.

–¿Eso crees? –dijo ella, tomando aliento.

Él asintió.

–Si es importante para ti, harás que ocurra, cueste lo que cueste.

–¿Y por qué estabas tan empeñado en triunfar?

Él apretó los labios.

–Cuando mi padre murió, me dejó muchas deudas que tenía que pagar. Dejé la universidad y empecé a trabajar veinte horas al día – apartó la vista–. Nunca volveré a sentirme tan débil.

–¿Débil? ¡Pero si eres un príncipe!

–Príncipe de nada –le dijo él en un tono cortante–. Es un título vacío que heredé de un señor de la guerra del siglo XV. Los hombres de mi familia siempre han sido corruptos y débiles.

–Pero tú no –le dijo ella, mirándole fijamente–. Tú eres el director de Alfonso Worldwide. Creaste un imperio empresarial de la nada. Todo el mundo te adora –susurró ella.

Pedro empezaba a sentirse incómodo con la adoración que veía en sus ojos.

–No soy nada especial –le dijo en un tono malhumorado–. Si yo puedo empezar un negocio, entonces tú también. Haz un plan, haz tus cálculos.

–Eso puede ser un poco difícil… No se me dan muy bien los números, ni las letras.

–¿Tienes dislexia?

–Sí.

–¿Y cómo es eso?

–Depende de la persona. En mi caso, las letras y los números no dejan de bailar.

Él soltó una carcajada.

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