miércoles, 27 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 42

Tras nadar hacia ella, se agarró al borde de la piscina con una mano, y con la otra la atrajo hacia sí sin decir ni una palabra. Bajando la cabeza, la besó con fervor. Mientras sus labios la besaban, su lengua jugaba. Paula tuvo que agarrarse al borde de la piscina para no perder el equilibrio. Manteniéndose a flote con sus poderosas piernas musculosas, le sujetó el rostro con ambas manos y empezó a besarla con más fuerza. Se hundieron momentáneamente y entonces salieron a la superficie. Asiendo el borde de la piscina, escupieron un poco de agua. Se miraron, flotando en el agua. Pedro la acorraló contra el borde de la piscina, poniendo sus grandes manos sobre las de ella. La besó ciegamente, explorando su boca.

–Mi piace stare con te –le susurró. «Me encanta estar contigo…».

–Baciami –le dijo ella. «Bésame…».

Reprimiendo un gruñido, Pedro se volvió dentro del agua. La hizo poner los brazos alrededor de sus hombros, la levantó sobre su propia espalda y nadó hasta los escalones de la piscina. Podía sentir sus pechos, desnudos, contra la espalda. A medida que salía de la piscina, la ropa le chorreaba agua que corría sobre su cuerpo perfecto. La estrechó entre sus brazos y la miró fijamente. Había una extraña expresión en sus ojos oscuros, una expresión que nunca antes había visto.

–Mia moglie –le dijo–. Mi dulce esposa.

La llevó al otro lado de la terraza y entró en la casa, dejando un río de agua a su paso. Dentro de la casa, todo estaba en silencio, oscuro. La hizo sentarse sobre la cama de matrimonio, donde ya habían disfrutado de muchas noches de placer interminable y arrebatador. Sin dejar de mirarla ni un segundo, se quitó la camiseta lentamente, dejando al descubierto un pecho musculoso y bronceado. Lo próximo serían los boxers de seda y los vaqueros. Se quitó las prendas mojadas de encima y las dejó sobre el frío suelo de mármol. Desnudo, fue hacia ella. Su beso fue ardiente y apasionado, al igual que todo lo demás en él. Su abrazo se hizo tierno y sus labios susurraron dulces palabras en italiano que Paula solo entendía a medias; palabras que la hacían estremecerse. Él se apartó un momento y contempló su rostro en la penumbra. Ella podía oír cómo su aliento se mezclaba con el de él. Una emoción arrolladora e inexplicable creció dentro de Paula. Levantando la mano, tocó su mejilla dura y cubierta de una fina barba. «Te quiero». Pero no podía decirlo en alto. No podía ser tan temeraria, o tan valiente. Pedro le hizo el amor lentamente, tomándose su tiempo para acariciarla, lamerla y adorar cada rincón de su cuerpo, hasta que por fin llegaron a la cumbre del éxtasis, al unísono. Después se abrazaron. Durante varios minutos, él durmió, y ella le observó.

Ella se volvió hacia el balcón y las cortinas se movieron suavemente en el viento. A lo lejos podía ver el resplandor de los rayos del sol, iluminando la superficie del agua como un millón de diamantes. Y ya no pudo negarlo más, ni siquiera a sí misma. Se había enamorado de Pedro. En realidad, había estado enamorada de él desde el momento en que él la había encontrado en su despacho aquella noche de sábado, llorando a oscuras como un alma en pena. Respiró hondo. Podía vivir con ello. Sería la esposa que él necesitaba. Mantendría la boca cerrada y se esforzaría por ser elegante y comedida. Estudiaría mucho y se pondría la ropa que él le compraba. Sería la persona que él quería que fuera si con eso se ganaba su amor. Entonces todo merecería la pena. ¿O no? De repente sintió un escalofrío y se acurrucó contra él. En pocos minutos él se despertaría y le diría que fueran a cenar, o a lo mejor querría hacerle el amor de nuevo. Costara lo que costara, haría todo lo posible por ganarse un pedacito de su corazón. Con eso sería suficiente, aunque ella le hubiera dado su corazón entero. Cerró los ojos. De alguna manera, tenía que conseguir su amor.

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