miércoles, 20 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 27

Llevaba todo el mes pagando por aquella cita tan singular que había tenido con Pedro. Algunas de sus compañeras parecían muy preocupadas por ella. Querían ayudarla a mantener los pies sobre la tierra. O quizá tenían miedo de que se le fuera a subir a la cabeza. Como si eso hubiera podido ocurrir…

Paula dió un salto de repente. Un hombre acababa de aclararse la garganta a sus espaldas. Al volverse vió que era Juan, un guardia de seguridad al que conocía. Justo el día anterior, le había enseñado cómo quitar manchas de tinta de la ropa, algo que había tenido que hacer muchas veces cuando trabajaba como gobernanta para su primo.

–Lo siento, Paula. Se supone que tengo que acompañarte fuera – le dijo Juan con gesto triste.

Ella asintió con la cabeza. Agarró el geranio, la revista, la postal, su vieja rebeca gastada y la enorme bolsa de caramelos de toffee que guardaba en el fondo de su cajón para emergencias. Metió toda su vida en una caja de cartón y siguió al guardia de seguridad, tratando de ignorar las miradas indiscretas de los empleados. Ya en el vestíbulo, Juan revisó el contenido de la caja de cartón. ¿Pero qué se iba a llevar? ¿Bolígrafos? ¿Papel? Le quitó la tarjeta de empleado.

–Lo siento –volvió a decirle.

–No pasa nada –susurró ella.

Por suerte consiguió salir del edificio sin llorar ni devolver. Tomó el autobús que la llevaba a casa. Al llegar a su departamento, le sonó el teléfono móvil. Miró el número. Nadia se lo había perdido todo, así que David debía de haberle dado la noticia. Pero todavía no podía enfrentarse a su compañera de piso. No podía hacerle frente a las sospechas de su amiga… Llevaba más de una semana con náuseas, pero tenía pánico de pensar en ello. Silenció la llamada y tiró el móvil sobre la encimera de la cocina. Engulló unas galletas saladas y un poco de agua para calmar el estómago un poco. Se puso un pijama de franela y un albornoz de color rosa, se envolvió en la manta de su madre y se acurrucó en un butacón. Cerró los ojos, aunque sabía que estaba demasiado nerviosa como para dormir. Se despertó con el pitido del móvil. Se incorporó. Era de noche, así que debía de llevar horas dormida. Poniéndose una almohada sobre la cabeza, trató de ignorar el pitido. Al final fue a contestar. Pedro… Llevaba todo un mes soñando con ello. Todavía podía sentir el calor de sus labios sobre la piel. Tragó con dificultad.

–¿Hola? –dijo, con timidez.

–¿Paula Chaves? –una voz entusiasta sonó al otro lado de la línea–. Usted no me conoce, pero su currículum nos ha llamado la atención. Nos gustaría ofrecerle unas prácticas pagadas en nuestra empresa de Nueva York.

Para cuando Paula colgó el teléfono, sus sueños sobre Pedro se habían esfumado. Por fin lo entendió todo. No solo la estaba echando de la empresa, la estaba echando de su vida. Le sobrevino otra oleada de náuseas. Tiró la revista al suelo, se cubrió la boca y corrió hacia el pasillo. Se fijó en la bolsa de papel que estaba sobre el fregadero. Nadia se lo había comprado días antes, pero ella la había ignorado. No podía estar embarazada. Habían usado cajas y cajas de preservativos. Se habían protegido todas las veces, todo el fin de semana. Excepto… Se quedó helada. Excepto esa vez. En la ducha. ¿Cómo había podido terminar tan mal aquella aventura? Se había quedado dormida en sus brazos, tan feliz… creyendo que podían tener un futuro. Y después se había despertado sola. Envolviéndose en una sábana, le había llamado por su nombre en un tono juguetón y había bajado al piso inferior, pero allí solo estaba el ama de llaves.

–El príncipe ha tenido que marcharse –le había dicho la mujer en un tono seco–. Adrián la llevará de vuelta a la ciudad.

Nunca más volvería a verle, pero tenía que vivir con ello. No tenía elección. Incluso debía estar agradecida por la experiencia. Por el recuerdo. Pero ¿Y si estaba embarazada? Paula cerró los ojos y los apretó con fuerza. El corazón le latía desbocado. Fue a comprar un test y se lo hizo sin más dilación. Temblorosa, miró el reloj. Dos minutos. Seguramente era demasiado pronto como para comprobarlo. Pero tampoco pasaba nada si…

Embarazada. Embarazada. Embarazada. Embarazada. El test se le cayó de las manos, que le temblaban sin cesar. Tambaleándose, avanzó por el pasillo, rumbo a la cocina. De repente tenía una tetera en la mano y se estaba haciendo un té, tal y como solía hacer su madre en tiempos de crisis.

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