viernes, 22 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 34

–¡Eso por lo menos tendría sentido!

–¡No puedo cambiar lo que eres! –exclamó ella y entonces respiró hondo–. Me has dejado muy claros tus sentimientos. Quieres una esposa de la que puedas estar orgulloso. Quieres a Romina. ¡Y me quieres a miles de kilómetros de tí!

–Eso era antes –le dijo él, bajando la voz.

–Nada ha cambiado.

–Todo ha cambiado, si el bebé es realmente mío.

Paula tardó unos segundos en entender la dimensión de lo que acababa de decir.

–¿Crees que iba a acostarme con otro hombre y después decirte que el hijo es tuyo?

Pedro estaba tan rígido que parecía una estatua de piedra.

–A veces pasa –le dijo él–. Podrías haber vuelto con el diseñador de joyas. Podrías haberte quedado embarazada accidentalmente y haber decidido sacarle rentabilidad.

–¿Sacarle rentabilidad? ¿Cómo?

Él buscó su mirada.

–¿Juras que me estás diciendo la verdad? ¿El niño es mío?

–¡Claro que es tuyo! ¡Eres el único hombre con el que me he acostado en toda mi vida!

–Quiero una prueba de paternidad.

–¿Qué?

–Ya me has oído.

Aquel insulto era demasiado.

–Olvídalo –susurró ella–. No voy a hacer ninguna estúpida prueba de paternidad. Si confías tan poco en mí, si crees que podría mentir en algo así, entonces olvídalo.

Temblando, dió media vuelta y se marchó. Amargas lágrimas corrían por sus mejillas, mezclándose con la lluvia. Estaba en mitad del jardín cuando él la hizo detenerse. Esa vez su expresión era muy diferente.

–Lo siento, Paula –le dijo tranquilamente–. Sí que te conozco. Y no me mentirías.

Sus miradas se encontraron. Ella soltó el aliento y los nudos que le atenazaban los hombros se soltaron.

–Cásate conmigo.

Paula oyó el rugido de su propio corazón por encima del repiqueteo de la lluvia.

–¿Es una broma?

Él esbozó una media sonrisa.

–Yo nunca bromeo. ¿Recuerdas?

Paula sintió que la cabeza le daba vueltas. Nunca había esperado que le propusiera matrimonio… Ni siquiera en sus sueños más peregrinos.

–¿Quieres… casarte conmigo?

–¿Te sorprende tanto? ¿Qué esperabas? ¿Que me deshiciera de tí y de nuestro hijo y le propusiera matrimonio a otra mujer?

Mordiéndose el labio inferior, Paula levantó la vista y contempló las duras líneas de su rostro.

–Bueno… sí.

–Entonces no me conoces en absoluto.

–No –susurró ella–. Supongo que no –de repente se sintió mareada.

El viaje en el viejo coche de Nadia hasta Sonoma había sido una odisea. Estaba tan nerviosa… ¿Y él quería casarse con ella? Se lamió los labios. Casi tenía ganas de llorar.

–¿Quieres ayudarme a criar a nuestro bebé?

Pedro apretó la mandíbula.

–Los protegeré a los dos. Le daré mi nombre al bebé. Es mi deber.

El corazón de Paula, que llevaba un rato flotando en el aire, se estrelló de repente. ¿Su deber? Soltó el aliento bruscamente.

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