lunes, 25 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 39

Ella apartó la vista.

–No lo sé. Es… complicado.

–Lo entiendo –él bajó la vista–. Mi padre se casó con mi madre por dinero, y después se lo gastó todo en sus amantes. No hacía más que restregárselo por la cara. Él era de los que pensaban que los preservativos eran para los débiles. Dejó una larga lista de bastardos por todo el mundo.

Paula tomó aliento.

–Oh, Pedro…

Él levantó la vista. Su hermoso rostro era casi estoico.

–Murió cuando yo tenía diecinueve años. No nos dejó más que deudas. Mi madre se hubiera muerto de hambre en la calle si yo no hubiera empezado a trabajar. Cuando murió, hace cinco años, vivía en un palacio de Roma, tal y como yo le había prometido –Pedro soltó el aliento–. Lo que trato de decirte es que a partir de ahora no tienes nada de qué preocuparte. Yo siempre cuidaré de tí.

Ella se tragó las lágrimas y trató de esbozar una sonrisa. Se inclinó adelante y le acarició la cara.

–Cuidaremos el uno del otro.

Él volvió la mejilla hacia la palma de su mano y después puso su mano sobre la de ella.

–No te arrepentirás de renunciar a tus sueños para casarte conmigo. No soy un príncipe azul, pero te trataré como a una reina. No tendrás tu propio negocio, pero yo trabajaré duro por el niño y por tí. Te daré todas las joyas que puedas desear.

Frunciendo el ceño, Paula retiró la mano.

–¿Qué quieres decir con lo de renunciar a mi sueño de tener un negocio?

Él la miró fijamente.

–No tendrás tiempo de hacer una carrera. Ya no. Tu función será ser mi esposa, y criar a nuestro hijo.

–¿Y me dices esto ahora? ¿Después de casarnos?

–Yo creía que sería obvio –le dijo él, poniéndose tenso.

–No –susurró ella–. Sabías que me enfadaría, y es por eso por lo que has esperado hasta ahora –trató de calmar la voz–. Nunca accedí a renunciar a mi sueño.

Él la miró a los ojos.

–Si ese sueño hubiera significado algo de verdad para tí, hubieras hecho algo al respecto hace mucho.

Paula abrió mucho los ojos. Respiró hondo. Él tenía razón. Podría haber tenido su negocio muchos años antes, pero en vez de eso, se había dejado paralizar por el miedo y había perdido un tiempo precioso.

–El dinero ya no volverá a ser un problema para tí –le dijo Pedro–. Yo te daré todo lo que quieras –le ofreció una sonrisa–. Y si quieres hacer joyas, como hobby, para entretenerte, no tengo nada que objetar.

–Qué generoso de tu parte –le dijo ella.

Él la fulminó con la mirada y luego apretó la mandíbula.

–Una vez te hayas acostumbrado a ser mi esposa, a ser la madre de mi hijo… ya veremos… –añadió con reticencia. Le acarició la mejilla con la mano–. Quiero que seas feliz, Paula. Y haré todo lo que pueda para que así sea.

Al sentir la textura de su mano sobre el rostro, la ternura que había en su mirada, Lilley suspiró. Todo saldría bien. De alguna manera, aquello iba a funcionar.

–Y yo quiero hacer lo mismo por tí –le dijo.

Él esbozó una sonrisa maliciosa.

–Ah, pero tú ya me has hecho muy feliz –le dijo–. Me haces feliz a cada momento –le susurró, inclinándose para besarla. Se detuvo a unos centímetros de ella–. Solo prométeme que nunca me mentirás.

–Nunca te mentiré –prometió Paula, y lo decía de verdad, con todo el corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario