miércoles, 13 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 12

–Seis minutos –levantó la vista hacia él con una sonrisa–. Estoy impresionada. Normalmente, los discursos que dan hombres importantes suelen durar como una hora. Tú eres muy rápido.

Él le dedicó una sonrisa perezosa y entonces se inclinó hacia ella para susurrarle algo.

–Sé ir despacio cuando es importante –le dijo, y tuvo el privilegio de verla estremecerse.

Un destello brillante en el reloj de Paula llamó su atención. Le agarró la muñeca.

–¿Qué es esto?

Ella trató de soltarse.

–Nada.

En ese momento la orquesta empezó a tocar un vals. Los invitados comenzaron a salir a la pista de baile.

–Es de platino. Diamantes. No reconozco la marca.

–Hainsbury –le dijo ella con un hilo de voz.

Hainsbury… La firma de joyería que había lanzado una opa hostil contra Alfonso Worldwide recientemente, y había fallado. Esos aprovechados solo querían adquirir el caché de Alfonso Worldwide y su marca de joyas de lujo, Preziosi di Alfonso. Pedro aguzó la mirada.

–¿Quién te lo ha dado?

Ella tragó en seco.

–Mi madre.

Era perfectamente posible que alguien del medio oeste pudiera tener un reloj Hainsbury. Solo era una coincidencia, nada más. Su guerra interminable con el conde de Castelnau, su rival más feroz, le estaba volviendo un poco paranoico. Miró a Paula a la cara. Claramente estaba perdiendo la cabeza. ¿Cómo podía sospechar de una chica como ella?

–Muy bonito –le dijo en un tono casual, soltándole la muñeca–. No lo hubiera reconocido nunca. No parece en absoluto como esa basura hecha en fábricas.

Apartando la vista, Paula se tapó el reloj con la mano. Su voz sonaba insegura.

–Mi madre me lo hizo por encargo.

Pedro pensó que la había avergonzado. Llamando la atención sobre su reloj de Hainsbury en una gala patrocinada por Preziosi di Alfonso, una firma mucho más prestigiosa.

–Sea quien sea quien lo haya hecho, tu reloj es sin duda exquisito –le sonrió y cambió de tema–. ¿Ya has tenido suficiente baile por esta noche? ¿Nos vamos?

–¿Irnos? –ella entreabrió los labios–. ¡Pero si acabamos de llegar!

–¿Y? –le preguntó él con impaciencia.

Ella miró con ansiedad hacia la pista de baile.

–La gente te espera para hablar contigo.

–Ya tienen mi dinero.

–No se trata solo de dinero. Claramente quieren conversar contigo. Quieren un poco de tu atención y de tu tiempo –le dijo ella, esbozando una sonrisa pícara–. Aunque solo Dios sabe por qué. Yo todavía no te veo el encanto por ningún sitio.

Él le dedicó su sonrisa más sensual.

–¿Quieres que me esfuerce un poco más?

Ella abrió mucho los ojos y él la oyó tomar aire.

–Esto no se me da bien.

–Al contrario.

Ella sacudió la cabeza.

–Olvídalo. No trates de cautivarme, ¿De acuerdo? No tiene sentido y podría… Quiero decir que… Este ha sido un arreglo de conveniencia para los dos. Dejémoslo ahí.

La mirada de Pedro cayó sobre sus labios temblorosos.

–Muy bien. Estás aquí para vengarte. Todavía no lo has visto, ¿No?

–No –dijo ella, bajando la voz.

–Caerá rendido a tus pies en cuanto te vea –le dijo él.

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