viernes, 29 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 48

–No quiero que me protejan. ¡Quiero ser tu esposa!

Él soltó el aliento y trató de mantener un tono ligero.

–Si estás cansada de Sardinia, puedo dejarte en nuestra finca de la Toscana. Podrías ver las obras de arte de Florencia, decorar la habitación del niño, aprender a hacer pan…

–¡No! –gritó ella, golpeando el suelo con los pies–. ¡Me voy a Roma contigo!

–Paula, por favor…

–No me dan miedo tus amigos –le dijo ella.

Él guardó silencio.

–¿Qué crees que van a hacer? ¿Van a pelearse conmigo? ¿Hundirme en el lodo?

–No –dijo él tranquilamente–. Ellos serán mucho más sutiles. Atacarán cualquier debilidad que encuentren. Tus maneras, tu ropa, incluso tu dislexia.

–¿Me estás diciendo… –le preguntó ella con desprecio– que me van a hacer una prueba de lectura antes de admitirme en su pequeño club?

Tratando de no perder la paciencia, Pedro apretó la mandíbula.

–Solo trato de mantenerte feliz y segura.

–¿Teniéndome prisionera?

Él cruzó los brazos.

–No es que estés sufriendo precisamente, Paula. Para mucha gente, este lugar es más bien un paraíso, y no una prisión.

Ella le fulminó con la mirada.

–Y solo será hasta que termines tus clases. Hasta que estés preparada.

–¿Entonces te avergüenzas de mí?

–No seas tonta.

–No voy a dejarte en ridículo –le susurró ella. Le miró con ojos suplicantes, apretándole el pecho con las puntas de los dedos–. Por favor. No me dejes aquí sola. No puedo soportar… No puedo soportar estar lejos de tí.

Pedro se sintió impotente ante esa mirada. Apretando la mandíbula, bajó la vista.

–Te harán daño.

–Soy más fuerte de lo que crees.

–Romina estará allí.

Paula guardó silencio durante un momento y entonces levantó la barbilla.

–La invitaremos a tomar el té.

Él resopló.

–Creo que eso sería pasarse un poco.

–Lo digo en serio –dijo ella, insistiendo–. Me siento culpable. Ella estaba enamorada de tí, pensó que ibas a proponerle matrimonio, y entonces nos fugamos. Le hicimos daño.

–Tú no hiciste nada –le dijo Pedro–. Y si yo la traté mal, lo superará. Créeme. Ya encontrará a otro buen partido, alguien el doble de rico y mucho más guapo.

–Nadie es más guapo que tú –le dijo Paula, y entonces su sonrisa se desvaneció. Apartó la vista y se mordió el labio inferior–. ¿Crees que estaba realmente enamorada de tí?

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