lunes, 18 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 21

Una hora más tarde, Pedro la sacó en brazos de la limusina. Paula parpadeó varias veces bajo la luz de la luna. Se sentía borracha de sus besos. Se sentía tan ardiente… Mientras él la abrazaba contra su pecho, ella se movía a cada paso. La noche era clara y la luna brillaba en el cielo de terciopelo negro. Su casa de campo parecía más bien un cortijo español, rodeado  de viñedos bajo la luz plateada de la luna.

A lo lejos podía oír cantar a los pájaros. El paseo desde la ciudad había pasado volando entre besos tórridos. Cuando la limusina llegó a la casa, Paula se sintió un poco mareada. Tanto así que al abrir la puerta del coche, cayó al camino de gravilla. Pedro la recogió con sus brazos vigorosos. Su mirada ardiente anticipaba lo que estaba a punto de ocurrir. El vehículo se alejó por el camino. Ella le miró fijamente, sorprendida. Las estrellas parecían moverse por encima de su cabeza, brillando en el cielo nocturno. Se sentía embriagada. Y solo se había tomado una copa y media de champán en la fiesta. No había duda. Pedro Alfonso era una droga para sus sentidos.

Ya en la puerta, él la sujetó con una mano y con la otra introdujo el código de seguridad. Detrás de la casa se podía ver una piscina, canchas de tenis y los viñedos más allá. Abrió la puerta con el hombro y la llevó dentro, cerrando la puerta con el pie. Dentro, la casa estaba oscura y silenciosa. La subió en brazos por las escalinatas de hierro forjado de estilo años veinte. No tenía que decir ni una palabra. Sus ojos hablaban por sí solos.  En el piso superior, él se dirigió directamente hacia la última puerta del pasillo. Dentro del dormitorio había una enorme cama iluminada por la luz de la luna que se colaba por los ventanales. Él la dejó encima con sumo cuidado. Ella se estremeció bajo el charco de luz plateada y le observó mientras se quitaba la corbata y la chaqueta y las dejaba en el suelo. Se quitó los zapatos y se metió en la cama con ella.

Sus manos estaban en todas partes mientras la besaba con pasión. Su abrazo se hizo más intenso, más ansioso. Se apretó contra ella, le dio un beso hambriento, cálido y húmedo. Entrelazó su lengua con la de ella y le tocó los pechos por encima de la fina tela del vestido. Paula contuvo la respiración. La acarició hasta la cintura y finalmente le sujetó las mejillas y la besó con fervor. Ella le devolvió el beso con toda la pasión que había guardado durante veintitrés años de soledad. «No hay nada excepto el presente. Nada excepto esto…», se dijo. Ella contuvo la respiración al sentir cómo sus manos se deslizaban por debajo del fino tejido del corpiño hasta llegar a sus pechos desnudos. Los pezones se le endurecieron de inmediato. Él empezó a pellizcárselos con suavidad, desencadenando oleadas de exquisito placer. De repente le bajó el vestido. Los finos tirantes se rompieron. Empezó a acariciarle una pierna, subiéndole la falda del vestido. El peso de su cuerpo musculoso la aplastaba contra la suavidad de la cama. Él empezó a deslizar las puntas de los dedos por sus pantorrillas hasta llegar a las corvas. Mientras le lamía un pecho, siguió explorando hacia arriba. Empezó a masajearle la cara externa del muslo. La cara interna… Ella se aferró al colchón, conteniendo el aliento. Pedro levantó los labios de su pezón húmedo. Poniéndose sobre ella a horcajadas, se desabrochó la camisa. Tiró al suelo los gemelos de diamantes. Ya solo llevaba los pantalones. Empezó a colocarse entre sus piernas y fue entonces cuando ella pudo ver por primera vez las luces y sombras de su musculatura pectoral. Sus hombros eran anchos, sus músculos fuertes y torneados como los de un atleta. Los bordes de sus pezones estaban cubiertos de un fino vello que continuaba en una línea hasta desaparecer por debajo de la cintura del pantalón. No había ni un gramo de grasa por ningún lado.

Paula apenas era capaz de asimilar tanta belleza masculina. Era como un ángel oscuro. Pedro le quitó el vestido y se despojó él de los pantalones y los boxers de seda. Paula se quedó boquiabierta al contemplar al primer hombre desnudo que veía en toda su vida. Y qué hombre… Tragó con dificultad… Él tenía un miembro enorme. Jamás cabría dentro de ella. ¿O sí? ¿Podría? ¿Cómo? Alguien debía de haberse equivocado. Haciendo acopio de valor, Paula se inclinó hacia delante y le besó.  Sus labios estaban calientes, duros… A medida que él la dejaba sentar la pauta, la seguridad en sí misma aumentó. Un suspiro de placer se le escapó de los labios cuando él la empujó contra las suaves almohadas y se tumbó sobre ella. Estaba desnudo. La única prenda que los separaba era el encaje de sus braguitas. Podía sentir su potencia masculina entre los muslos, y el dolor bajo el vientre se intensificaba. Cerrando los ojos, se agarró de sus hombros mientras él la besaba y le hizo bajar más. Echó atrás la cabeza, dejándose llevar mientras él la besaba por el cuello, entre los pechos, en el vientre… Sintió cómo la lamía dentro del ombligo. Y entonces notó que le tiraba del borde de las braguitas con los dientes. Le separó las piernas y ella pudo sentir su aliento contra los muslos. Tembló mientras él le besaba las piernas. Apretó los párpados cuando él empezó a tocar su sexo, poniendo la mano encima, abarcándolo por completo. Empezó a lamerla en el punto más sensible a través del tejido de encaje. Y ella  gritó.

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