lunes, 11 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 7

–Me interesas, Paula Chaves. Ni una mujer entre mil me hubiera preguntado por qué antes de decirme que sí.

–Supongo que soy un poco rara –le dijo ella, observándole mientras se ponía sus carísimos gemelos.

Sin poder evitarlo, se fijó en la fuerza de sus muñecas, en el movimiento sensual de sus manos… Él hizo una pausa.

–Me quedé sin acompañante para el baile hace diez minutos.

–¿La señorita Bianchi?

–Sí.

Paula había visto muchas fotos de la heredera de Milán, rubia, delgada, preciosa… Todo lo que ella no era. Bajó la vista.

–Yo no soy como ella.

–Y por eso eres perfecta –dijo él con contundencia–. Romina verá que no me gusta nada que me den un ultimátum. Necesito acompañante y acabo de encontrarte en mi despacho. Es el destino.

–El destino –susurró ella.

Él rodeó el escritorio. Su corpulento cuerpo arrojaba una sombra grande y oscura. La miró fijamente.

–Necesito acompañante. Tú necesitas vengarte. Ese David estará a tus pies antes de que termine la noche.

Paula sintió un escalofrío por la espalda. Por mucho daño que le hubieran hecho, sabía que la venganza estaba mal. Además, estar tan cerca de Pedro la asustaba. No se trataba solo de su trabajo. Él la hacía sentir tan… extraña.

–¿Por qué dudas tanto? –le preguntó él–. ¿Estás enamorada de él?

Ella sacudió la cabeza.

–Es que…

–¿Qué?

Tragando en seco, Paula se apartó.

–Nada.

–Te he observado durante semanas. Siempre me esquivas.

Ella abrió la boca, sorprendida.

–¿Me ha visto?

Él asintió con la cabeza.

–Siempre te escabulles por el lado contrario cuando te cruzas conmigo en los pasillos. Esa clase de comportamiento en una mujer… Es bastante singular. Me confundía mucho. Pero ahora lo entiendo.

–¿Ah, sí?

Él le tocó la mejilla y la obligó a mirarle a los ojos.

–La mayoría de las mujeres a las que conozco habrían dejado a sus amantes y novios en un abrir y cerrar de ojos para estar conmigo. La lealtad es una cualidad que escasea. Ese hombre que te traicionó es un loco.

No podía discutírselo. Levantó la vista hacia él, embelesada. Él bajó la mano.

–Pero no tienes nada que temer –le dijo sencillamente–. Nuestro romance solo será una ilusión. No te llamaré mañana. No te llamaré nunca. Después de esta noche, volverás a ser mi empleada, y yo seré tu jefe. Fingiré no haberte visto mientras tú te dedicas a esquivarme.

Paula tragó con dificultad. Todavía sentía el rastro del tacto de sus dedos en la mejilla.

–Quiere decir que si voy al baile con usted esta noche… – susurró–. ¿Me ignorará mañana? ¿Me ignorará para siempre?

–Sí.

Paula soltó el aliento. Tenía que hacerle olvidar su existencia. Era la única forma de asegurarse de que él no sintiera curiosidad de ahondar en las lagunas de su currículum vitae. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, sabía que esa no era la única razón. «Siempre estás huyendo, Paula». Las palabras de David retumbaban en sus oídos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario