miércoles, 13 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 14

–Siento no bailar –le dijo.

Ella bajó la vista.

–No pasa nada.

El aroma de su cabello era como el de las rosas silvestres. Pedro se acercó un poco, fascinado por la elegancia de su cuello, la delicadeza de su barbilla. Sus mejillas se sonrojaron levemente.

–¿Cuántos años tienes, Paula? –le preguntó de repente.

–Tengo veintitrés años –dijo ella, frunciendo el ceño–. ¿Por qué? ¿Cuántos tienes tú?

–Muchos más que tú. Treinta y cinco.

–Treinta y cinco, ¿Y todavía no te has casado? –exclamó ella, sorprendida–. En el lugar de donde yo vengo, la mayoría de la gente se casa antes de los treinta.

–Supongo que es mejor así para la vida en la granja.

Ella arrugó el entrecejo.

–No vengo exactamente de…

–En mi mundo… Un hombre se casa para asegurar su estirpe, para tener un hijo que herede el título y el patrimonio a su muerte.

Ella sonrió.

–Vaya, así suena muy romántico.

–No se trata de romance, Paula –le dijo él en un tono cortante–. El matrimonio es una alianza. Mi esposa será una líder en la sociedad. Una heredera con el linaje apropiado, la futura madre de mi heredero.

La sonrisa de Paula se desvaneció.

–Alguien como Romina Bianchi.

Con solo oír el nombre, se ponía tenso.

–Sí.

Los ojos de Paula parecían enormes bajo la resplandeciente luz de las arañas.

–Entonces, si ella es la novia perfecta, ¿Por qué estoy yo aquí?

–Me amenazó con marcharse si no le proponía matrimonio, así que le dije que se fuera.

Paula parpadeó.

–Lo siento por ella.

Él soltó una carcajada.

–No malgastes tu solidaridad con Romina. Sabe cuidarse muy bien.

–¡Está enamorada de tí! –tragó con dificultad–. No tendría que haber accedido a esta… farsa… Cuando lo único que quieres es manipularla.

–No quiero volver a ver a Romina.

Ella frunció el ceño. No estaba muy convencida.

–¿Y cuándo decidiste eso?

Pedro la miró a los ojos.

–Lo supe en el momento en que te ví con ese vestido.

Paula se quedó boquiabierta. Tardó unos segundos en volver a hablar.

–Eh, ¿Me traes algo de beber? –le dijo con la voz ronca–. ¿Algo de comer? No he comido nada en todo el día.

–Certamente –murmuró él–. ¿Qué quieres? ¿Un Martini? ¿Un Merlot?

–Elige tú.

–Empezaremos con una copa de champán –le acarició la mejilla brevemente–. Espera aquí, cara.

La sintió estremecerse bajo las yemas de los dedos.

–Espero –le dijo ella, humedeciéndose los labios.

Él dio media vuelta y echó a andar, pero, unos pasos después,no pudo resistir la tentación de volverse un instante. Paula seguía parada al borde de la pista de baile como una estatua, gloriosamente seductora con aquel vestido, observándole. Estaba rodeada de hombres que ya empezaban a mirarla de reojo. Pedro frunció el ceño. Tendría que darse prisa. Mientras avanzaba por la sala de fiestas, no pudo evitar preguntarse cuándo había sido la última vez que había sentido una necesidad tan imperiosa de hacer suya a una mujer. Y podía hacerla suya. Ella era libre y estaba a su disposición. Sí. Era su empleada, pero era él quien había puesto esa regla. Él era el jefe. Podía romper sus propias reglas cuando quisiera. Pensó en los diez dormitorios de su mansión. De repente tuvo una visión de ella, desnuda en la cama, sonriendo con sensualidad, mirándole con ojos de lujuria y deseo. Pedro casi se tropezó… Y así, sin más, la decisión fue tomada. Una oleada de energía le recorrió por dentro. Fuera su empleada o no, Paula tenía que ser suya. Esa noche. La tendría en su cama esa misma noche.

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