miércoles, 13 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 11

–¿Cuándo me vas a proponer matrimonio, Pedro? –le había espetado en italiano y a toda velocidad–. ¿Cuándo? Estoy cansada de esperar a que te decidas. Haz oficial nuestro compromiso, o búscate otra para que te acompañe al acto benéfico.

Cinco minutos más tarde la había dejado en su lujoso hotel. Ninguna mujer, ni siquiera una tan poderosa y perfecta como Romina, podría darle un ultimátum jamás.

De vuelta al presente, mientras guiaba a Paula hacia la sala de fiestas de la mansión Harts, sentía un profundo alivio sabiendo que seguía siendo un hombre libre. La velada ya prometía ser la más divertida y sorprendente que había tenido en mucho tiempo. Manteniéndola cerca, se detuvo en lo alto de la escalera y contempló el lujoso salón de fiestas. De repente se hizo el silencio. Todos los murmullos se desvanecieron. Cientos de invitados se volvieron hacia ellos. Pedro sintió que ella se ponía tensa. No estaba acostumbrada a ser el centro de atención. Eso era seguro. Ella parecía esperar críticas, algo que él no podía comprender.

–No puedo decirte que eres preciosa porque me darías una bofetada –murmuró él–. Pero sé que cualquier hombre mataría por estar en mi lugar.

Ella levantó la vista hacia él y esbozó una sonrisa nerviosa.

–Muy bien –le dijo en un tono apagado, preparándose para lo que se le venía encima–. Vamos.

Pedro la agarró de la cintura y bajó las escaleras. Los miembros de la junta directiva de la empresa, accionistas y muchos amigos los esperaban abajo. Después de saludarlos a todos, se abrió paso a través de la sala de fiestas, saludó al gobernador, a las estrellas de cine y a algunos miembros de la realeza. Los hombres sonrieron y le pidieron consejo para invertir en la Bolsa. Las mujeres flirteaban sin cesar y daban golpes de melena. Y todas miraban a Paula boquiabiertas. Ninguno de los miembros de la plana mayor de Alfonso Worldwide la reconocía. De eso Pedro estaba seguro. Probablemente se hubieran cruzado con ella muchas veces por el pasillo, pero entonces debía de ser invisible para ellos. Era una locura pensar que él había hecho lo mismo.

Charlando con todos y cada uno de los invitados, Pedro les dió las gracias por las generosas sumas donadas. Sentía cómo temblaba Paula a su lado, como si quisiera escapar de allí. Le agarró la mano con firmeza y le dió un pequeño empujoncito en la espalda hacia delante. Incluso ese toque inocente resultó increíblemente erótico. Lo único que quería hacer era salir de allí y llevarse a Paula a algún sitio tranquilo; a lo mejor a su casa de Sonoma, que tenía diez dormitorios.

–Su Alteza –le dijo la directora de la organización benéfica, mirándole a través de las gafas con ojos de sorpresa–. ¿Quiere decir unas palabras antes de empezar con la subasta de esta noche?

–Claro –repuso Pedro.

Agarró la mano de Paula y fue hacia el escenario. La multitud se abrió a su paso casi mágicamente. Él la sintió aterrorizarse. Le tiraba de la mano, intentando liberarse, pero él no la soltó hasta que no estuvieron en la parte de atrás del escenario.

–Gracias por ser mi acompañante esta noche –le dijo él con voz ronca. Se inclinó hacia delante para darle un beso en la mejilla y sintió cómo retumbaba la sangre en sus venas–. Disculpa –le pidió. Llevaba demasiado tiempo escondiendo sus sentimientos.  Su voz era calma y sosegada. No traicionaba nada del maremágnum de emociones que rugía en su interior–. Solo será un momento.

–Claro –dijo ella.

Dejándola entre bambalinas, fue hacia el micrófono, situado en medio del escenario. Un silencio total se hizo en el salón. Pedro esperó a la ovación entusiasta del público. Aferrándose al podio con ambas manos, dio su discurso, casi sin saber lo que estaba diciendo. Podía sentir a Paula, observándole entre bambalinas. Los latidos de su corazón eran rápidos y su cuerpo vibraba con tanto deseo reprimido.

–… así que les doy las gracias, amigos míos –dijo, terminando por fin–. Beban champán, bailen y pujen. ¡Recuerden que todo el dinero que se recaude esta noche va destinado a ayudar a niños que lo necesitan!

La ovación que resonó en el salón fue incluso más fuerte que la anterior. Saludando con la mano, Pedro abandonó el podio y se fue directamente hacia Paula, que parecía acabar de volver a la realidad. En ese momento miraba el reloj con atención.

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