miércoles, 20 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 26

Un mes después, Paula estaba sentada en una dura silla de oficina en el despacho del sótano del departamento de Recursos Humanos. Las luces fluorescentes parpadeaban y producían un murmullo eléctrico. Se sentía mareada, con náuseas. Se humedeció los labios y rezó para no haber entendido bien.

–¿Qué?

–Lo siento, señorita Chaves, pero tenemos que despedirla –le dijo el hombre que estaba sentado al otro lado del escritorio–. Alfonso Worldwide no es el sitio adecuado para sus habilidades.

Intentando luchar contra las náuseas, Paula respiró hondo. Un profundo dolor se había apoderado de ella. Sabía que aquello ocurriría tarde o temprano. Su esfuerzo no era suficiente para compensar su falta de habilidad con los números y las letras, que siempre bailaban delante de sus ojos.

–Le puedo asegurar que… Tendrá un finiquito muy generoso.

–Era demasiado lenta, ¿No? –susurró ella, intentando contener las lágrimas–. Era demasiado lenta a la hora de hacer mi trabajo.

El hombre sacudió la cabeza. Su enorme papada se meneó. No parecía que quisiera echarla. Parecía querer que se lo tragara la tierra.

–Lo ha hecho muy bien, señorita Chaves. El resto de los empleados le tenían aprecio. Sí. Era más lenta que los demás, pero su ética de trabajo… –respiró hondo. Tenía una carpeta en las manos y no dejaba de tamborilear con ella sobre el escritorio–. No era muy sólida –su voz sonaba contenida, cauta–. Le daremos una carta de recomendación excelente y le puedo asegurar que encontrará un trabajo pronto, muy pronto.

Empezó a explicarle los detalles de su finiquito, pero Paula apenas escuchaba. Cada vez sentía más náuseas.

–Siento que las cosas hayan salido así –le dijo finalmente–. Pero algún día se alegrará de…

Vió que ella no estaba escuchando. Se sujetaba el vientre con una mano y con la otra trataba de taparse la boca.

–Por favor, firme esto –añadió, deslizando un documento sobre la mesa hacia ella.

Agarrando el bolígrafo que él le ofrecía, Paula revisó el documento rápidamente y vió que no era buena idea denunciar a la empresa por acoso sexual. Respiró hondo. No era por su trabajo. La estaban echando por… Ahuyentó ese pensamiento. No podía pensar en su nombre siquiera. Garabateó su firma y se puso en pie. El director de Recursos Humanos le estrechó la mano.

–Mucha suerte, señorita Chaves.

–Gracias –dijo ella, casi ahogada. Agarró la carpeta que él le ofrecía y huyó al servicio.

Más tarde, se echó un poco de agua fría en la cara. Miró su rostro demacrado en el espejo. Trató de sonreír, trató de ponerse la máscara que había llevado durante el mes anterior, cada vez que tenía que soportar las bromas y los dobles sentidos acerca del príncipe Pedro. Pero no podía llevarla. Era imposible ese día. Despedida. La habían despedido. Casi como un autómata, fue hacia el ascensor. Salió en el tercer piso y volvió a su escritorio, situado en un rincón del cuarto de archivos, una estancia hermética, sin ventanas. Otros empleados tenían fotos de su familia, amigos, mascotas… Ella solo tenía un geranio solitario y una postal de la esposa de su primo, Carla. Se la había mandado un mes antes desde la Provenza. Sobre su mesa había una revista de cotilleo. Alguien había vuelto a dejarla allí a propósito. Sintió un frío repentino al mirar la portada de Celebrity Weekly. En ella había una foto de Pedro en Ciudad de México. Llevaba allí un mes, intentando afianzar el acuerdo con Joyería. Pero la semana anterior, su primo Tomás había hecho una contraoferta muy buena. Debería haberse alegrado, pero no era capaz. Le dolía el corazón con solo pensar que él iba a fracasar esa vez. Por lo menos ella sí que estaba acostumbrada a ello. Se fijó en una foto más pequeña que había sido tomada en el Festival de Cannes unos meses antes. Pedro llevaba un traje muy elegante y sujetaba la mano de una hermosa rubia vestida de negro. Romina Bianchi.

"El príncipe playboy se casa por fin"…, decía el titular. Alguien había subrayado las palabras con un bolígrafo negro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario