miércoles, 13 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 15

Paula se sintió observada por muchos hombres al borde de la pista de baile. Las mujeres, sofisticadas y escuálidas, la fulminaban con miradas sombrías. Respiró hondo y trató de controlar el temblor de las manos. La cabeza de Pedro sobresalía por encima de las del resto. Iba hacia la barra, seguido por las miradas de sus adoradoras. Y ella se estaba convirtiendo en una de ellas. Soltó el aliento. ¿Qué estaba haciendo? « No quiero volver a ver a Romina… Lo supe en el momento en que te ví con ese vestido», le había dicho él. Una corriente eléctrica la recorrió por dentro al recordar ese momento.

–¿Paula?

David estaba justo delante de ella, boquiabierto, contemplando su magnífico vestido rojo. Se quitó las gafas de pasta negra que llevaba puestas.

–¿Qué estás haciendo aquí?

–Ah. Hola, David –dijo Paula con un hilo de voz. Se lamió los labios y miró hacia la mujer morena que estaba justo detrás de él–. Hola, Nadia.

La cara de su compañera de piso era todo un poema. Era como si estuviera a punto de echarse a llorar.

–Lo siento mucho, Paula –dijo, casi atragantándose con las palabras–. Nunca quisimos hacerte daño. Nunca…

–Deja de disculparte –le dijo David. Su prominente nuez subía y bajaba por encima de la pajarita–. Te lo hubiéramos dicho muchos días antes… –añadió, fulminando a Paula con la mirada–. Si nos hubieras dejado. Pero no hacías más que evitarnos. Me evitabas.

Paula se quedó boquiabierta.

–¡Eso es ridículo!

–Me hubiera gustado que hubieras tenido las suficientes agallas desde el principio para decirme que no me querías, en lugar de dejarme en manos de Nadia, como si fuera un bulto del que tenías quedes hacerte. ¿Y ahora te sorprende que haya surgido algo? ¡Pero si nunca estabas ahí para mí!

Paula sacudió la cabeza con firmeza.

–Solo estás inventando excusas. ¡Sabes que tenía que trabajar! ¡Toda la culpa es tuya!

Él la miró a los ojos.

–¿Mía? –la miró de arriba abajo–. Para mí nunca te vestiste así. Claramente estás aquí con alguno que sí te importa de verdad. ¿Quién es, Paula?

Paula pensó que ya era hora de dejar caer la bomba; ya era hora de ejecutar la dulce venganza. En cuanto les dijera que su acompañante era el príncipe Pedro, se quedarían de piedra, muertos de envidia. Abrió la boca. Y entonces vió que David agarraba a Nadia de la cintura. Era un gesto protector; uno al que ella siempre se había resistido cada vez que David se acercaba un poco. Lo cierto era que, después de aquel divertido fin de semana en la feria, la relación entre ellos siempre había sido tensa. Había dejado su trabajo en Francia y se había ido a vivir a San Francisco para empezar una nueva vida, pero no había hecho nada para seguir sus sueños. Cuando él trataba de besarla, ella se alejaba. Evitaba a toda costa estar cerca de él, y siempre buscaba excusas para quedarse un poco más de tiempo en el trabajo. Retrospectivamente, Paula tampoco podía culparle por querer estar con Nadia, una chica que sí tenía tiempo para él y que deseaba sus besos y caricias.

–¿Con quién has venido, Paula? –dijo Nadia, casi entre lágrimas–. ¿Has conocido a alguien?

David la había engañado, pero ella le había abandonado y rechazado durante meses. A lo mejor Nadia había cargado con ese peso después de todo… Muchas veces le había pedido que inventara alguna excusa para Jeremy antes de irse al trabajo a toda prisa. Ellos habían cometido un error. Pero la cobarde había sido ella de principio a fin.

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