viernes, 29 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 47

–¡Cuando hagas lo que yo quiero!

–Eso no va a pasar –le dijo él, vacilante–. Ha habido una complicación, Paula–. Tengo que volver a Roma.

–¿Qué ha pasado?

Pedro frunció el entrecejo.

–Tomás St. Rafael.

Ella tomó aliento. Sorprendentemente, parecía comprender la gravedad de la situación sin necesidad de explicárselo.

–¿Qué… qué pasa con él?

–No le bastó con arrebatarme el acuerdo con Joyería –masculló–. Ahora va detrás del mercado asiático también. Casi como si fuera algo personal.

–A lo mejor sí que lo es –le dijo ella en un tono bajo–. No entiendo por qué los hombres tienen que pelearse por algo que ni siquiera necesitan. Tú tienes sus viñedos… Llámale… Ofrécele un intercambio. Una tregua…

–¿Es una broma? –le dijo él, sorprendido–. Quemaría mi palazzo antes que pedirle una tregua a Tomás St. Rafael –la miró a los ojos y su voz se relajó–. Siento que nuestra luna de miel tenga que terminar así.

Ella se lamió los labios y se encogió de hombros.

–No pasa nada. Me encanta Sardinia, pero estoy segura de que Roma también me gustará mucho. Tengo muchas ganas de ver el palazzo, de conocer a tus amigos.

–Paula –su buen humor se desvaneció–. Ya hemos hablado de eso.

–Tú has hablado de ello –le dijo ella en un tono de exasperación, cerrando los dedos sobre el vello de su pecho.

–Eres mi esposa. Has jurado obedecerme.

Indignada, Paula le miró a los ojos.

–Yo no he jurado…

–Tu lugar está en casa –le dijo él, interrumpiéndola.

–Mi casa está contigo –bajó la vista hacia sus pies desnudos–. A menos que te avergüences de mí.

Tomando sus manos, Pedro se las llevó a los labios.

–Mis amigos no son precisamente gente sencilla y agradable. Dudo mucho que te caigan bien.

Los puños de la camisa le colgaban de las muñecas, haciéndola parecer muy joven.

–Querrás decir que no les voy a caer bien.

–Vendrán a buscarte pronto –le dijo, abrazándola suavemente–. Lo prometo –añadió y le dió el beso más tierno y dulce que jamás le había dado.

Pero ella se apartó. Sus ojos le miraban con dureza.

–No.

Él frunció el ceño.

–¿Es que no lo entiendes? Solo trato de protegerte.

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