viernes, 22 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 35

–No tienes que casarte conmigo para implicarte en la vida de nuestro bebé.

–Sí que tengo que hacerlo.

–¿Por qué?

–Porque es necesario.

–Eres muy anticuado.

–Sí.

–¡Pero tú no me quieres!

Él cruzó los brazos.

–Eso no tiene importancia.

–¡Para mí sí que la tiene! –dijo ella, soltando el aliento y apretando las manos–. Escucha, Pedro, nunca te impediré ver a tu hijo.

–Sé que no, una vez estemos casados.

–¡No voy a casarme contigo!

–Claro que sí –le dijo él con frialdad.

Ella sacudió la cabeza. Mechones de pelo mojado le daban contra la cara.

–¿Soportar un matrimonio sin amor durante el resto de mi vida? No, gracias.

–Lo entiendo. Todavía quieres a tu príncipe azul –Pedro apretó la mandíbula–. Pero fuera lo que fuera lo que hubiéramos planeado para nuestras vidas, se acabó. Estamos esperando un bebé. Nos casaremos.

–No. ¡Seríamos muy infelices!

–¿Infelices? –repitió él en un tono de incredulidad–. ¿No lo entiendes? Serás mi esposa. Una princesa. ¡Más rica de lo que jamás soñaste!

–No me importa. ¡No lo quiero! No cuando sé que no me quieres y que nunca lo harás.

Él la agarró de los hombros. Sus manos se deslizaron sobre su piel húmeda.

–¿Le negarías a tu hijo el derecho de tener un nombre por una estúpida fantasía adolescente?

–No es una fantasía adolescente –ella cerró los ojos. De repente le escocían–. Eres cruel.

–No. Tengo razón –le dijo él con contundencia–. No tienes motivos para rechazarme –hizo una pausa–. Incluso te seré fiel, Paula.

Pronunció aquellas palabras como si serle fiel fuera a ser un gran sacrificio, mucho más de lo que un príncipe millonario podía soportar. Y probablemente tenía razón.

–Vaya, gracias –le dijo ella con sarcasmo, fulminándole con la mirada–. Pero no tengo intención de ser tu esposa por compromiso.

–¿Te molesta que yo lo vea como un deber? –aguzó la mirada–. ¿Qué crees que es el matrimonio?

–Amor. Amistad. Apoyarse el uno en el otro. Una unión poética de almas gemelas.

Él la agarró con más fuerza.

–¿Y pasión? –le dijo en un susurro–. ¿Qué pasa con la pasión?

Paula sintió que se le caía el alma a los pies. Sentía su calor, su fuerza, su poder irresistible. Aunque no quisiera, le deseaba.

–Lo que ha habido entre nosotros ha sido bueno –deslizó las yemas de los dedos sobre su mandíbula y el pulgar sobre su labio inferior. Su tacto suave prendió una chispa de fuego que la recorrió por dentro y la hizo contener el aliento–. Ya sabes cómo fue.

Paula se vió invadida por un aluvión de recuerdos de aquella noche, cuando habían hecho el amor. Los pechos le pesaban, los pezones le dolían. Tragó con dificultad.

–Solo fue una aventura de una noche –dijo–. Lo has dicho tú mismo. No soy la mujer adecuada para ser tu esposa.

–Mi punto de vista ha cambiado –él le sujetó las mejillas con ambas manos. Sus ojos estaban llenos de deseo–. Durante el último mes… No he podido pensar en nada que no fuera tenerte en mi cama.

Ella se lamió los labios.

–¿Has… has pensado en eso?

–Me dije que te merecías un hombre que pudiera quererte. Pero todo ha cambiado. Ahora solo importa nuestro hijo –le miró los labios–. Pero eso es una mentira –añadió en voz baja–. Esa no es la única razón por la que quiero que seas mía. Quiero tenerte por completo. Todas las noches. Durante el resto de nuestras vidas.

Paula apenas podía respirar.

1 comentario:

  1. Por favor que Pau acepte... Ya quiero ver la cara de la noviecita cuando se entere jajaja

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