viernes, 29 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 46

Sujetándole las mejillas con ambas manos, le dió un beso. Sus labios eran tan suaves, tan cálidos… su lengua ardiente era como fuego líquido. Ella se sentó sobre él a horcajadas sobre la silla giratoria. La braguita del bikini apenas le tapaba el trasero. Pedro podía sentir el calor de su sexo contra su erección. Besándola en el cuello, metió la cara entre sus generosos pechos, apenas contenidos dentro de aquellos diminutos triángulos de tela. Ella gimió y empezó a moverse contra él, apretándose contra él de forma casi inconsciente. Él contempló su hermoso rostro. Ella tenía los ojos cerrados, los labios entreabiertos… Su expresión era de pura alegría… Jamás podría cansarse de una mujer tan maravillosa. Levantándola en el aire un instante, la hizo caer con fuerza sobre su miembro erecto y entró en su dulce sexo con una embestida poderosa. Gimió al llenarla por completo, hasta el fondo. Ella se puso tensa de inmediato y reprimió un jadeo de sorpresa y placer.

Él estaba muy adentro, moldeándola a su forma, y era maravilloso… Y la humedad… «Oh, Dios mío…», exclamó para sí. Oleadas de gozo los sacudieron a los dos y entonces él cerró los ojos. La levantó en el aire una segunda vez y volvió a empujar de nuevo. Un gruñido brutal brotó de sus labios, pero no tuvo oportunidad de hacerlo otra vez. Ella tomó el ritmo; sus pechos saltaban contra el rostro de Pedro mientras trataba de controlar la cadencia. Él se inclinó adelante y respiró el aroma a sol y a mar. Echando a un lado uno de los triángulos del bikini, empezó a chuparle uno de sus duros pezones y con la otra mano le agarró un muslo. Ella dejó escapar un grito sofocado, echó atrás la cabeza y le cabalgó, cada vez más rápido, más duro… El placer era demasiado intenso. Él no le había hecho el amor desde la noche anterior y ya parecía que hacía un siglo de ello. Un gemido profundo escapó de los labios de ella y entonces él sintió el rebote de sus pechos en la boca una vez más. Su sexo húmedo y caliente lo succionaba cada vez más adentro, llevándoselo consigo. Pedro trató de contenerse, pero no pudo…

Ella emitió un quejido que se hacía cada vez más intenso… Se aferró a sus hombros, clavándole las uñas en la piel. Entonces dió un grito final y Pedro la sintió temblar a su alrededor… Justo a tiempo… Rápidamente, él se dejó llevar y se rindió a la oleada de placer que lo cubría. Fuegos artificiales bailaban tras sus párpados… Él dejó escapar el aliento bruscamente y, con un gruñido gutural, soltó todo lo que llevaba dentro. La sujetó con fuerza durante unos minutos. Después ella se puso en pie. Pedro se levantó también y se abrochó la bragueta. Todavía se sentía desorientado. Ella solo llevaba la parte superior del bikini, pero uno de sus pechos estaba al descubierto. Se estremeció de frío… Él se quitó la camisa rápidamente y se la puso sobre los hombros.

–Gracias –murmuró ella, ofreciéndole una sonrisa traviesa–. Me encanta venir a verte cuando estás trabajando.

Él se echó a reír y entonces la miró de arriba abajo. La camisa le llegaba hasta la mitad del muslo.

–Estás… graciosa.

–Y tú también –le dijo ella, deslizando una mano por su pecho desnudo–. Me gusta mucho más como vas vestido ahora –añadió, esbozando una sonrisa juguetona–. ¡Perfecto para la playa!

Él parpadeó.

–¡Chica! –exclamó–. ¿Cuándo vas a parar?

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