lunes, 11 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 6

–Mi novio… Mi ex novio… –atinó a decir, tartamudeando–. Estará esta noche en el baile con mi amiga, Nadia, así que no puedo ir.

–¿Él va a estar en el baile? –los ojos de Pedro aguzaron la expresión–. ¿Lo conozco yo? ¿Conozco a ese hombre que te ha hecho llorar?

–Trabaja en el departamento de diseño de joyas de Preziosi.

Los ojos de Pedro brillaron.

–Razón de más para ir. Cuando te vea colgada del brazo de Pedro Alfonso, sabrá lo que ha perdido y te rogará que vuelvas con él. Puedes aceptarle de nuevo o deshacerte de él. Eso es cosa tuya. Además, la chica se morirá de envidia.

Ella le miró con ojos perplejos.

–Usted no tiene problemas de autoestima, ¿No?

Él le devolvió una mirada serena y firme.

–Ambos sabemos que lo que digo es verdad.

Paula apretó los labios, reconociendo que él tenía razón. Si acudía al baile acompañada de Pedro Alfonso, sería la mujer más envidiada de toda la ciudad, y de toda California. Era delicioso imaginarse a Nadia y a David a sus pies, implorando perdón. Todas aquellas noches que había tenido que trabajar hasta tarde… Le había pedido a su amiga que se lo explicara a David… Y finalmente la habían traicionado. Ya no le quedaban amigos en la ciudad. Ni uno. Levantó la mirada hacia Pedro.

–No soy buena bailarina.

Él la miró de arriba abajo lentamente.

–Me cuesta creerlo.

–De niña asistí a clases de baile de salón, y mi profesor me aconsejó que lo dejara. Bailaba como un pato mareado. Todos mis novios se quejaban constantemente porque les pisaba los pies.

La expresión de Pedro cambió; se hizo más suave.

–Aunque fuera cierto… La culpa sería de tu acompañante, no tuya. Es cosa del hombre llevar a la mujer.

Ella tragó en seco.

–Eh… Yo… Nunca lo había pensado. Simplemente dí por sentado que la culpa era mía.

–Pues hiciste mal –le dijo él, levantando una ceja–. Pero, solo por curiosidad, ¿Cuántos han sido?

–¿Qué?

–Tus novios.

Paula no podía decirle la verdad. No podía darle el número real.  Levantó la barbilla y le habló con un falso desparpajo.

–Unos cuantos.

–¿Diez?

La joven sintió un intenso calor en las mejillas.

–Dos –le confesó–. Un novio en el instituto y… –sintió un nudo en la garganta–. Y David.

–David. ¿Así se llama? ¿El que te rompió el corazón?

–Me traicionó –bajó la vista–. Pero no es eso lo que me rompió el corazón.

Él esperó, pero ella no se explicó más.

–Entonces sal esta noche. Tus habilidades artísticas no importan mucho, porque apenas vamos a bailar.

Ella le miró y esbozó una sonrisa pícara.

–¿Tienes miedo de que te pise los pies?

–Pero si es el patrocinador del baile Preziosi di Alfonso.

–Así se recaudan fondos para una organización benéfica y Alfonso Worldwide recibe una publicidad estupenda –le dijo en un tono serio–. Eso es lo que me importa en realidad. Me da igual bailar.

–Ah –dijo Paula, insegura. Se mordió el labio–. Ya entiendo.

Pero no lo entendía en absoluto. ¿Cómo era posible que un hombre como el príncipe Pedro, el rompecorazones más deseado, pudiera patrocinar un baile sin bailar? No tenía ningún sentido. Él trató de agarrarle la mano.

–Vamos. Tenemos que darnos prisa.

Ella se apartó. Tenía miedo de que él fuera a tocarla de nuevo. Tenía miedo del extraño influjo que él ejercía sobre ella. Tragó en seco.

–¿Por qué yo?

–¿Y por qué no?

Paula apretó la mandíbula y cruzó los brazos.

–Usted es famoso por muchas cosas, príncipe Pedro, pero no se le conoce precisamente por llevar a empleadas a bailes benéficos.

Él echó atrás la cabeza y se echó a reír. Se volvió, fue hacia el cuadro modernista que estaba detrás de su escritorio, lo hizo girar y descubrió una caja fuerte. Introdujo la combinación, abrió la puerta y sacó dos gemelos de platino y diamantes.

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