viernes, 15 de marzo de 2019

Cenicienta: Capítulo 16

Temblando, les hizo frente.

–Estoy aquí con… –tragó en seco y entonces levantó la barbilla–. Un amigo. Estoy aquí con un nuevo amigo –se volvió hacia David–. Y tú tenías razón –le dijo–. Nunca estuve ahí. No para tí. Ni tampoco para nuestro negocio. Tenía muchos sueños, pero tenía miedo de ponerlos en práctica. Lo… lo siento.

David parpadeó y la rabia que brillaba en sus ojos se desvaneció.

–Yo también lo siento –le dijo–. Eres una buena persona, Paula, dulce y generosa. No te merecías enterarte de lo mío con Nadia de esa manera –esbozó una sonrisa incómoda–. Siempre me gustaste. Pero cuando te trasladaste a San Francisco, simplemente… desapareciste.

–Lo sé –dijo Paula.

Le picaba la garganta. Cada vez que David conseguía una cita importante, con un banco, con un posible inversor, ella tenía que estar en otro sitio. Se había escudado en el trabajo; sus miedos habían ganado.

–Lo siento.

–¿Me perdonas, Paula? –le susurró Nadia.

Paula trató de sonreír.

–Si me lavas los platos durante lo que queda de mes…

–Hecho. Dos meses. ¡Tres!

–Y siento que lo de la tienda no haya salido bien –dijo David, frotándose la nuca con gesto avergonzado–. Sigo pensando que tus diseños son fantásticos. Todavía no estás preparada para dar el paso, pero a lo mejor algún día…

–Sí –dijo ella, con un nudo en la garganta, sabiendo que era mentira–. Algún día.

Nadia estaba llorando a lágrima viva. Se inclinó hacia adelante y abrazó a Paula.

–Gracias –le susurró.

Un momento después, ambos desaparecieron entre la multitud. Y entonces oyó una risa sarcástica e incisiva a sus espaldas.

–No les has dicho nada de mí.

Paula se dió la vuelta.

–Pedro.

–Estaba esperando a ver tu venganza –le ofreció una copa de champán–. ¿Por qué no les has dicho nada?

–Porque David tenía razón. Yo nunca le quise. Realmente no – le quitó la copa de champán de las manos–. Si no tengo suficientes agallas para seguir mis sueños, entonces no debería enfadarme con los demás.

–Podrías haberles hecho sufrir –los ojos de Pedro parecían llenos de confusión–. No lo entiendo.

–Bueno, ya somos dos –susurró ella y bebió un buen sorbo de champán.

Las burbujas fueron un golpe de frío contra sus labios. Echó atrás la cabeza y se lo bebió de un trago. Cerró los ojos y esperó a que el alcohol se le subiera a la cabeza. Tenía que olvidar ese miedo al fracaso que tanto daño le había hecho. ¿Qué sentido tenía evitar el riesgo, si al final terminaba perdiéndolo todo de todas formas?

–Estás llorando –le dijo Pedro de repente. Parecía realmente preocupado.

Ella soltó el aliento. Se frotó los ojos.

–No.

–Ví cómo te miraba. Todavía podría ser tuyo si quisieras.

Paula recordó la cara de Nadia, el gesto protector de David… Recordó que jamás había sentido ni la más mínima atracción física por él; algo de lo que no se había dado cuenta hasta la descarga eléctrica que había experimentado al conocer a Pedro. Sacudió la cabeza.

–Les deseo lo mejor.

–Dios, sí que eres buena chica –susurró él, quitándole mechones de pelo de la cara–. ¿Cómo es que eres tan misericordiosa?

Un inesperado relámpago de dolor la atravesó de arriba abajo. Otro hombre que la llamaba «buena chica». Eso era más o menos lo mismo que llamarla «tímida ». Parpadeando rápidamente, se miró el vestido tan provocador que llevaba puesto, los tacones de diez centímetros.

–¿Crees que soy una cobarde? –le susurró.

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