miércoles, 2 de diciembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 26

Martina, en cambio, era muy distinta. Estaba profundamente dormida, pero era evidente que había estado dando vueltas y vueltas revolviendo toda la cama. Paula deshizo el lío de sábanas y encontró el cepillo del pelo. La niña llevaba los cabellos revueltos y apretaba la mandíbula como si tuviera un mal sueño. La arropó, la besó en la frente y salió. Entró en su habitación, donde la esperaba Luca, y encontró las sábanas de la cama heladas. Al ponerse la camiseta se estremeció, pero pronto se hizo un ovillo en la cama. Fuera había tormenta. Una de las hojas de la ventana de su cuarto no cerraba bien, y vibraba con el viento. De vez en cuando pasaba un coche por la carretera a toda velocidad. Resultaba gracioso, era como si la gente acelerara al caer la noche, como si se apresuraran a volver a casa con los suyos. Un ligero estremecimiento de soledad invadió entonces la habitación enterrándose en el corazón de Paula. Estaba a pocos kilómetros de la casa de sus padres, y sin embargo... De pronto la verdad pareció sorprenderla. No era que se sintiera sola porque no estuviera con ellos. No, no se trataba de eso. Se sentía sola a causa del hombre que había en el piso de abajo, se sentía sola a causa de Pedro Alfonso. Eso la sorprendió. Estaba sola a causa de... ese hombre. La puerta de su dormitorio crujió al abrirse. Luca, tumbado encima de la alfombra, cambió de posición y gruñó. Ella se quedó helada, estiró las piernas, apretó los puños. ¿Se atrevería él a irrumpir en su dormitorio? ¿Tendría el valor de meterse con ella en la cama? El somier crujió. Un cálido cuerpo se tumbó a su lado buscando la postura más cómoda y sacando un brazo por encima del hombro de Paula.


-Paula -musitó la pequeña Martina-. En mi ventana hay un dragón. Está tratando de entrar y de comerme. Tengo miedo.


Paula sintió que todo su mundo se venía abajo. De modo que no había sido él quien había tenido el valor de entrar. Se alegraba... ¿O no?


-Tranquila, cariño -la reconfortó Paula-. Quédate conmigo, aquí no hay dragones.


Paula se acercó a la niña, le acarició el pelo y volvió a respirar. Estaba ligeramente desilusionada pero, ¿Qué habría hecho de haber sido Pedro? No tenía respuesta. Por fin se durmió. A medianoche consiguió llevar a la niña de vuelta a su habitación, consiguió acomodarla y arroparla, pero Martina estaba nerviosa. Le cantó una canción para serenarla, luego se sentó en la mecedora y se meció. Y el crujir de la mecedora la ayudó a dormir más que la canción. Hacia la una y media la tormenta se hizo aún más fuerte, y la temperatura bajó. Comprobó que ambos niños estaban bien y volvió a su habitación. El suelo estaba frío, las sábanas medio congeladas, y Luca se había subido a la cama.


-Baja, monstruo -musitó metiéndose en el hueco que dejaba el perro.


Una hora más tarde Martina volvió a su habitación con su muñeca favorita.


-Frío -dijo subiéndose a su cama para pasar el resto de la noche con ella.


Martina le puso los pies helados sobre el trasero, y aquello la despertó definitivamente. Necesitó otra media hora para volver a conciliar el sueño. Y nada más dormirse tuvo un sueño maravilloso. Pedro Alfonso estaba anclado a una boya roja a unos seiscientos metros de la playa de Plymouth, en medio de la tormenta. La boya estaba atada al muelle con dos fuertes cuerdas, y ella estaba de pie en el muelle, con un cuchillo bien afilado, cortando la cuerda hilo a hilo. Aquello era terriblemente divertido, pero entonces una enorme ola arrasó el muelle y lo arruinó todo.


-Paula -decía la ola-, ¡Paula! 

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