miércoles, 16 de diciembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 53

Paula sacó la taza de Pedro, la llenó de café, le echó unas gotas de leche y la dejó frente a él.


-¿Tortitas?


-Sí. Y tres o cuatro tostadas.


Paula se dió la vuelta y comenzó a trabajar. Entonces sonó el teléfono. Pedro contestó, y ella lo observó.


-Sí, esta es la residencia de los Browne, sí, yo soy Pedro Alfonso. ¿Western Union? ¿Un telegrama? ¿Del... del Departamento de Estado? ¿Se refiere usted al Departamento de Estado de los Estados Unidos, en Washington DC? ¡Dios mío, pero si no conozco a nadie en el Departamento de Estado! Sí, léamelo, luego me manda una copia por correo.


Las tortitas estuvieron listas enseguida. Paula miró por encima del hombro. Los ojos de Pedro brillaban. ¿Era una lágrima?


-¿Qué?


-Carolina -murmuró él-. Mi hermana Carolina. Y su marido Adrián.


-¿Los padres de los niños?


-Sí -contestó él con voz sombría, distante, casi como si estuviera a miles de kilómetros de distancia-. En Sanjeet -añadió él-. ¡Maldita sea! Adrían lo había arreglado para pasar tres meses de vacaciones con Carolina, para que ella se recuperase. Los lagos del Valle de Sanjeet son de los más bonitos del mundo. Adrián lo arregló todo para tomar un avión que sobrevolaba los lagos, era un vuelo turista. Pero alguien ha obligado al avión a aterrizar. Hay dieciséis turistas retenidos como rehenes, incluyendo a Adrián y a Carolina. ¡Dios mío, Carolina ha estado tanto tiempo enferma! ¡Y luego, justo cuando se pone bien...! Ni siquiera saben quién los tiene retenidos. No llegarán a casa para Semana Santa. ¿Qué voy a decirles a los niños?


Paula se quedó mirándolo. Los empleados de la Chaves Incorporated habían sufrido todo tipo de incidentes, pero no había vuelto a haber ningún secuestro desde el problema de Vanesa Chaves en África.


-No tengo ni idea -contestó Paula-. Ni idea. A Martina puede que sea mejor no decirle nada, y en cuanto a Nacho... es un chico bastante maduro, pero creo que quizá no debamos decirle nada hasta que no pregunte.


-Eso es todo lo que sabe el Departamento de Estado. Y no tengo más parientes. Los chicos tendrán que quedarse conmigo, claro. 


Pedro dió un sorbo de café. Estaba frío. Dejó la taza sobre la mesa y alcanzó las muletas. Aún le costaba ponerse en pie.


-Yo puedo ayudarte con los niños, no tengo problemas para quedarme -contestó Paula. Con él. Pedro seguía intentando ponerse en pie-. Pero, ¿A dónde vas?


-No lo sé, tengo que salir y pensar. Cuida de los niños por mí.


-Sí, yo me encargaré.


Pedro era el tipo de paciente al que no le gustaba que lo ayudaran, así que ella no le ofreció su ayuda. Era un hombre independiente. Como los Chaves, reflexionó. De pronto se le ocurrió una idea.


-¡Pedro!


-¿Qué? -preguntó él dándose la vuelta.


-Necesitamos más información.


-Claro, ¿Y qué sugieres?, ¿Quieres que despleguemos nuestra propia fuerza de espionaje? -preguntó sarcástico.


-No es ninguna tontería, es lo que hizo la Chaves cuando nuestros hombres fueron capturados en Irán. Los sacamos de allí sanos y salvos. Nuestra empresa es grande, Pedro.


-¿Nuestra?


-Sí, todos los Chaves tenemos acciones. Y no me sorprendería descubrir que tenemos a gente trabajando en Sanjeet. Hay en Pakistán, en Nepal y... ¿Por qué no...?


-Sí, ¿Por qué no? -preguntó él volviendo a caer sobre la silla, soltando las muletas y pasándole el teléfono-. ¿A quién vas a llamar?


-Bueno, papá se ocupa de las tareas especializadas, Vanesa de la ingeniería, y Gonzalo dirige la empresa.


-Entonces, ¿Vas a llamar a Gonzalo?


-¡Demonios, no! Voy a dirigirme directamente a la cima. A mi madre. 


Alejandra Chaves celebró que su hija la llamara.


-Me alegro de oírte, cariño. Delfina acaba de llegar hace un momento, y estaba pensando en pasar por tu casa para recoger a tu paciente. Quiere hacerle otra placa de rayos X. Pero no es por eso por lo que llamas, ¿Verdad? 

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