miércoles, 16 de diciembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 52

 -Yo creía que lo más importante era dar con una mujer que estuviera dispuesta a casarse contigo -contestó Paula dejándose caer sobre uno de los asientos-. Y no me parece que estas sean horas de ir a buscar una.


-Ah, eso no lo sé, además, yo ya he encontrado chica.


Aquello la sobresaltó. Ella acababa de rechazarlo el día anterior, y en cuestión de horas Pedro había encontrado alguien para reemplazarla. Por un segundo Paula sintió que el labio inferior le temblaba. No importaba, se dijo. No le importaba. Él podía encontrar a miles de mujeres si quería...


-Pásame el teléfono -ordenó él-. ¿Dónde diablos está ese módem?


Paula se arrellanó en el sillón para mostrar su falta de interés. Y entonces lo vió.


-Estás sentado encima de él -dijo con toda naturalidad.


-¿Del teléfono?


-No, del módem.


Paula se levantó y le llevó el teléfono. Él rebuscó por debajo del pijama y por fin encontró el módem,


-Bien, ¿Y cuál es el maldito número de la oficina de tu hermano?


Paula se lo sabía de memoria. Se lo dió y lo observó marcarlo junto a dos dígitos más que lo conectaban al fax.


-¿Estás llamando a mi hermano?


-No exactamente, no creo que se haya levantado.


-¡Ha! No conoces a mi hermano. Ni a mi padre. Seguro que alguno de los dos está allí desde las cinco de la mañana. Mi madre lo detesta.


Pedro alargó una mano y conectó un par de cables. Luego pulsó ciertas teclas del ordenador. La máquina comenzó a traquetear durante un par de minutos, y luego se paró sola.


-¿Qué...?


-Tu hermana Vanesa está en África, y anoche me llamó para contarme un problema. Eso que mando es la solución.


-¿Llevas toda la noche despierto?


-¿Y por qué no? No podía dormir con este dolor de pierna, así que me puse a trabajar. Y ahora pon todo esto en su sitio.


-Sí -respondió Paula llevándoselo todo de la cama. 


-Bien, ahora... -él dobló un dedo haciendo la señal de llamarla-... ven aquí.


-No -contestó ella-. Si yo estuviera en África...


-No te engañes -la interrumpió él con una amplia sonrisa-. A tí no te podrían llevar a África ni con un par de elefantes empujándote.


-Así que crees que soy una cobarde, ¿No es eso? Bueno, pues no lo soy. No me da miedo ir a África, ni los elefantes.


-Demuéstramelo. Ven aquí.


No debía comportarse como una tonta, se dijo Paula. Tenía que parar todo aquello. Sin embargo sus pies la llevaron muy despacio en su dirección.


-Mírame a los ojos -ordenó él-. Tú vas a casarte conmigo.


Él había bajado la voz. Era profunda, grave, suave, hipnótica. Pero Paula no estaba dispuesta a dejarse hipnotizar. Por fin consiguió reunir otro poco más de coraje.


-¡Al diablo! ¿Qué quieres para desayunar?


-Dios mío, ¿Pero no irás a hacerme el desayuno vestida así?


Él sonrió y se lamió los labios. Sus ojos estaban fijos sobre un punto más abajo de la barbilla de Paula. Ella se quedó mirándolo y luego bajó lentamente los ojos. La única luz de la habitación procedía de una mesa que había tras ella. Llevaba uno de sus camisones más cómodos: corto, semitransparente y de gran escote, le llegaba justo hasta las rodillas. Y la luz trasparentaba su silueta.


-¡Maldito seas! -musitó volando hacia la cocina, donde se puso el delantal.


Justo a tiempo. Paula pudo escuchar los golpes de sus muletas. Y ahí estaba, sonriendo. Ella se quedó helada en medio de la estancia. Él dió la vuelta a la mesa de la cocina y se sentó en una silla.


-Ha sido una noche muy dura -suspiró-, pero me alegro de haber terminado el trabajo. La vida está llena de problemas, ¿No te parece?


-La mayor parte de ellos nos los creamos nosotros mismos -comentó Paula volviéndose hacia los fuegos. Había preparado la cafetera eléctrica la noche anterior, solo tenía que encenderla-. ¿Café?


-Sí. 

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