lunes, 28 de diciembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 70

 -No veo por qué no -replicó Paula- En Francia se celebra primero una ceremonia civil y luego una religiosa, y no veo por qué no podemos hacer nosotros lo mismo.


-¡He dicho...!


-Cuidado, Pedro, tienes que controlar tu carácter si no quieres acabar perjudicándote -contestó Paula haciendo un gesto con la cabeza hacia la puerta-. Es la ambulancia -añadió escuchando la sirena.


-Nada de ceremonias dobles -gruñó él.


-Me encanta cuando te enfadas -dijo ella con una risita sofocada.


-¡Nada de ceremonias dobles! -repitió él.


Paula suspiró y enlazó las manos en el regazo antes de contestar:


-¡Lástima!, entonces tendré que buscar otro marido, ¿No crees? Quizá vuelva a Eastport a buscar uno -sacudió la cabeza-. Bueno, supongo que tendrás que llamar a tu hermana para que venga a ayudarte -parpadeó dos veces, incapaz de derramar una sola lágrima-. Ahora lamento haber echado a David. No es un chico tan bueno como tú, pero no se puede ser exigente.


Paula sacó un pañuelo del bolsillo y se enjugó una lágrima inexistente. Luego se puso en pie y abrió la puerta para que entraran los enfermeros.


-¿Otra vez, Alfonso? -preguntó el enfermero jefe sacudiendo la cabeza.


-Sí.


-Le van a regañar. Romperse dos veces la misma pierna puede tener consecuencias desastrosas.


-Sí, ya lo sabe, pero le da lo mismo. Aunque esta vez ha sido la otra pierna.


-¡Mujer! -gritó Pedro a pleno pulmón, asustando a Paula.


-¿Sí, señor?


-Me voy al hospital.


-Sí, señor.


-Cuando vuelva quiero mucho silencio. Y quiero que me obedezcas.


-Sí... señor.


-Luego hablaré con tu madre, y tú y yo nos casaremos. ¿Me oyes?


-Eh... sí, señor. A ella le gustará. A mi madre, quiero decir. Le encanta que le consulten. Y más aún sobre bodas.


-¡Cállate!


-Sí, señor. ¿Puedo besarte antes de que te lleven en camilla?


-Supongo, pero no te des mucha prisa.





La iglesia estuvo arreglada para celebrar la ceremonia en solo una semana. La Chaves Incorporated construyó una rampa de madera para colocarla temporalmente sobre las escaleras, y el mismo tipo de rampa se colocó en la entrada de la casa de los Chaves. En solo una semana aquella mujer diminuta se convirtió en una novia maravillosa con su vestido de seda blanco y sus crujientes enaguas de tafetán. El vestido le llegaba casi hasta los pies, lo suficiente como para disimular los altísimos zapatos de tacón. Además, y para complacer al novio, llevaba un generoso escote que demostraba que no se trataba de ninguna niña. Y, en lo alto de la cabeza, una corona que sujetaba el velo.


-De verdad que te va a gustar -aseguró Paula hablando con Pedro tras describirle el vestido el día anterior a la boda.


-¿No puedo verlo? Solo para tocarlo, ya sabes -sugirió él.


-No -negó Paula con firmeza-, te lo he dicho una y otra vez. Yo no dejo que me toques.


-Aguafiestas.


Estaban los cuatro sentados en el salón de la vieja mansión de los Chaves, en Eastport. Los padres de Paula ocupaban el sofá, ella estaba sentada en la mecedora y Pedro estaba en su silla de ruedas. Entonces Alejandra se puso en pie y le tiró a su marido de la manga.


-Es hora de retirarnos -ordenó.


-Pero si ahora llegamos a lo más interesante –se quejó Miguel.


-Yo te enseñaré qué es interesante -contestó su mujer volviendo a tirarle de la manga-. Nos estamos haciendo viejos, señor Chaves, y necesitamos echarnos una siesta. Arriba hay una habitación muy cómoda.


Ambos subieron las escaleras.


-Me pregunto qué habrá querido decir con eso -comentó Pedro. 


-Lo descubrirás la semana que viene, cuando seas viejo -bromeó Paula.


-¿Eso es una promesa?


-Solemne -contestó Paula cruzando los dedos en la espalda.


-Todo esto me produce cierta sensación extraña -comentó él-. No quisiera que pensaras que vas a gobernar nuestra casa igual que tu madre gobierna la suya.


-Jamás soñaría con ello -contestó Paula-. Además, mi madre nunca gobernó la casa cuando nosotros éramos pequeños. No cometas el error de pensar que mi padre es un calzonazos. Él está al mando de todo y de todos, siempre lo ha estado.


-Sí, te creo, chica. Bueno, casi. Ven aquí.


-¿Por qué? -preguntó Paula poniéndose en pie vacilante.


-No hagas preguntas tontas, tú ven aquí.


Paula se puso en pie y se quedó a un paso de la silla de Pedro. Luego se inclinó sobre él y preguntó:


-¿Y bien? -Pedro alargó ambos brazos y tiró de ella hasta sentarla sobre su regazo-. ¡Eh, ten cuidado!


-Tengo una pierna rota, pero lo demás lo tengo bien -contestó Pedro en tono aleccionador.


Y, acto seguido, procedió a demostrárselo estrechándola contra sí y besándola con una pasión que fue en aumento por segundos. Cuando por fin la soltó Paula estaba sin aliento, con las mejillas ruborizadas y la mente en blanco.


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