miércoles, 30 de diciembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 73

La reacción de Paula fue automática.


-¡Yo no soy la pequeña de la familia! ¿Y cómo voy a conseguir meterte dentro? -preguntó abriendo la puerta del coche.


-Una pierna me funciona bien -contestó él-. Deja que me apoye en tí.


Pedro echó el freno de la silla de ruedas y se puso en pie sobre una sola pierna. Paula se acercó a él obediente, e inmediatamente se vió clavada al suelo por la fuerza de su peso.


-Tendrás que ayudarme -murmuró él a su oído.


Paula lo ayudó a entrar, y luego plegó la silla y la metió en el maletero. Fue al ocupar su asiento cuando se ruborizó de nuevo. Las medidas estaban ajustadas a la estatura de Gonzalo.


-La palanca de ajuste está a la izquierda, abajo -dijo Pedro-. Arranca. En este tipo de coches todo está automatizado.


-Lo sabes todo, ¿Verdad? -susurró ella. -Todo no -respondió él mientras el motor rugía-. Para un segundo -Paula obedeció. No sentía ninguna necesidad de rebelarse-. Y ahora bésame.


 -Pero... pero todos nos observan. 


-Sí, la familia, el vecindario y todo el coro de la iglesia -rió él-. Pero vamos a casarnos. ¿Cómo podía negarse? 


A pesar de todo Paula deseó tener unas cortinas, un dormitorio privado, cualquier cosa. Entonces un brazo cálido se deslizó alrededor de ella haciéndola volverse en el asiento. 


-Así - murmuró él. 


Y antes de que Paula pudiera pensar en algo que decir los labios de Pedro se posaron sobre los suyos buscando, explorando, y ella olvidó todo lo que la rodeaba. Luego, tras una pausa para recuperarse, se preparó para conducir aquel enorme coche. Al salir del estacionamiento de la iglesia escuchó ruido de martillos. Gonzalo mantenía su promesa, estaba arreglando la rampa. Paula sonrió en silencio. Después de todo seguía siendo una Chaves. Por poco tiempo, quizá, pero aún lo era, pensó comenzando a silbar una vieja canción.


-No hagas eso, las chicas que silban y los perros que ladran dan mala suerte.


-¡Han! -exclamó Paula mientras llegaban a la casa de los Alfonso.


-¿Cómo que «¡Hah!»? -preguntó Pedro-. Te lo he dicho, da mala suerte. ¿De quién es ese coche?


-De tu hermana.


-Sí, y sus dos hijos están ahí, en el porche -musitó él-. Tengo la sensación de que...


-Sí, yo también -lo interrumpió Paula echando el freno.


Carolina salió del porche y corrió escaleras abajo.  Martina y ella  habían abandonado la iglesia en cuanto había concluido el ensayo de la niña.


-¡Gracias a Dios que llegan!


-¿Problemas? -preguntó Paula bajando la ventanilla.


-Tengo que llevar a Adrián de vuelta al hospital, es por el pie... y no tengo dónde dejar a los niños, así que pensé... -se explicó Carolina caminando ya hacia su coche-. Ustedes no están muy ocupados hasta mañana por la tarde, ¿No? Estoy segura de que no os importa. Los niños están muy excitados, pero...


-¿Qué?, ¿Te sorprende? -preguntó Martina por la ventanilla del coche.


-Sí, supongo que me sorprende, pero bueno, para eso son las tías, ¿No? -contestó Paula.


Martina asintió. Nacho bajó las escaleras del porche.


-Pero yo tengo un partido esta tarde -se quejó-. Y no tengo quién me lleve.


-Tranquilo -lo calmó Paula abriendo la puerta del coche-. Dejenme que lleve a su tío a casa. Martina puede cuidar de él mientras yo te llevo al partido. ¿No les parece divertido? 

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