-Y así fue cómo sucedió -concluyó Alejandra-. Y luego nos casamos.
Entonces volvió a sonar el timbre de la cocina. Enseguida se oyeron pisadas en la escalera, que cesaron en el baño de la planta de abajo.
-Le toca practicar con el orinal -le explicó Paula a su madre-. Entonces, ¿Crees de verdad que debo casarme con él?
-Eso tendrás que decidirlo tú -contestó su madre-. El amor es algo muy distinto para cada uno pero, si te casas con él, tómalo tal y como es, no lo tomes por lo que crees que puedes llegar a hacer de él. Solo puedes cambiarte a ti misma. ¿Te ha pedido que os caséis?
-Sí, más de una vez, y creo que...
-¿Sí?, ¿qué es lo que crees?
-Creo que si me lo pide otra vez, voy a aceptar.
-Pues concédenos un poco de tiempo -pidió Alejandra dando una palmadita en la mano a su hija-. Tus hermanas querrán asistir a la boda.
-¿Y papá?
-A él no tengo que preguntarle, cariño. A él simplemente se lo diré.
-¿Boda? -repitió Martina entrando en la habitación. Ninguna de las dos la había oído llegar-. ¿Te vas a casado?
Paula miró a su madre, suspiró y se encogió de hombros.
-Quizá, pero es un secreto. Así que ya sabes, no se lo cuentes a nadie. Y menos al tío Pedro.
-Yo sé guardar secretos -respondió Martina ofendida-. Bueno, creo que sé. ¿Y qué vas a hacer esta mañana, mamá?
-Pan -contestó Paula-. Tu tío come pan casero como si las panaderías estuvieran pasadas de moda.
-¡Qué gracia! ¿No es divertido? -rió Martina mirando a Alejandra-. ¿De verdad eres la mamá de Paula?
-Sí, de verdad.
-¡Entonces eres mi abuela!
-Algo así -vaciló Alejandra-. Yo soy la abuela de muchos niños. Paula, debes tener cuidado, supón que aparece Carolina...
-Sí, lo sé, pero la verdad es que no sé cómo arreglarlo.
-¿Que no sabes cómo arreglar qué? -preguntó una voz profunda desde la puerta, justo cuando Delfina entraba.
Tras ella, Pedro caminaba con bastón y sin muletas.
-¡Tío Pedro! -gritó la niña saliendo a todo correr de la cocina y saltando sobre él-. ¿Ya estás bien?
-Creo que sí -contestó él haciéndola volar por los aires.
-Sí, pero no como para esas acrobacias -advirtió Delfina-. Al menos por ahora. ¿Lista para marcharnos, mamá?
-Sí -convino Alejandra-. He tenido una agradable charla con Paula, y otra con Martina.
-Y sé un secreto -gritó Martina-. Lo diré en voz baja, porque es secreto.
-Dímelo a mí -pidió el tío Pedro.
-¡Ah, no! -contestó Paula.
-¡Paula se va a casar! ¡Te dije que estabas esperando demasiado!
El tío pedro, con la niña en brazos, se dió la vuelta y miró a Paula. Su mirada era dura, sus labios no sonreían.
-¿En serio? -preguntó Pedro.
-Sí, en serio -contestó su sobrina nerviosa.
-Adiós -se despidió Alejandra agarrándose del brazo de Delfina.
-Cobardes -musitó Paula.
-Cuidado con esa pequeña, cariño -sonrió su madre antes de marcharse.
Delfina vaciló, se encogió de hombros y siguió a su madre hasta la puerta.
-Creo que no deberías de haberme contado tu secreto, Martina -dijo el tío Pedro.
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