-Es un juego -soltó el tío Pedro-. ¿Es que no tienes nada que hacer en el colegio?
-No, yo no -rió el chico-. Ya sé qué estáis haciendo. ¡Besense! Quiero merendar, tía Paula.
-Siempre al servicio de los jóvenes -musitó Pedro levantándose-. ¡Maldita sea!
-Tu tío se cayó y yo trataba de ayudarlo -explicó Paula-. Trae esa silla para que pueda sentarse.
-Sí, claro -contestó Nacho escéptico, obedeciendo-. Ten. Y sobre la merienda...
-¿Mantequilla de cacahuete y mermelada?
-¿Es que no has hizo pizza?
-No has hecho -lo corrigió su tío.
-No puedo hacer pizza todos los días, Nacho, con tu tío... lisiado.
-¡Yo no estoy lisiado!
-Sí, es decir, no, por supuesto, no estás lisiado, estás...
-Incapacitado.
-Eso, justo.
Ambos se quedaron mirándola.
-De todos modos podrías hacer pizza -dijo Pedro tratando de engatusarla-. Yo me comería a gusto un trozo o dos. Y tienes un montón de masa ahí, encima de la mesa.
-Si hago pizza ahora mañana no habrá pan casero.
Nadie pareció quedar muy impresionado por aquella advertencia.
-Más vale pájaro en mano que... -sugirió Pedro.
-¡No pienso casarme jamás! -exclamó Paula llevándose las manos a la cabeza. Los dos siguieron mirándola, así que ella continuó-: O, si me caso, jamás tendré niños. Ni uno -las miradas continuaron-. Bueno, pero nunca más de dos. Está bien, pizza.
Por suerte tenía la masa preparada. La pizza estuvo lista media hora más tarde.
-¡Pero mírala! -exclamó Nacho-. ¡Es magnífica! ¡Ojala mi madre cocinara así, de verdad!
-No deberías hablar así, tu madre lleva enferma mucho tiempo -lo regañó Paula-. Cuando esté mejor, cuando vuelvan, ya verás como lo hace todo bien, ya verás.
-Lo sé, corta la pizza -contestó Nacho-. Nos la comeremos antes de que Martina baje de...
Entonces se escuchó un taconeo en las escaleras.
-¿Qué hacen? -preguntó Martina entrando en la cocina, sorbiéndose la nariz y mirándolos a todos suspicaz-. ¡Pizza! ¡Y se la iban a comer toda sin dejarme nada a mí!, ¿A que sí, Ignacio García?
-Claro que te lo íbamos a decir -negó el chico ruborizándose y delatándose.
-¡Qué mal hermano eres, Nacho! Tía Paula, mándalo a su habitación, encerrado.
-Pero la pizza se quedará fría -intervino Pedro-. Comamos primero.
Y, haciendo gala de su lógica, todos comieron.
Aquella noche los niños se fueron pronto a la cama. Paula conocía bien la rutina nocturna de los baños y de los cuentos antes de dormir. Por fin, cansada, bajó al salón. Pedro estaba sentado al borde de la cama, había terminado la cena. Al ver que Hope ella a comprobar si todo iba bien se volvió hacia ella y sonrió.
-Soy para tí como una jaqueca, ¿Verdad?
-Sí, no recuerdo que nadie en el mundo me haya producido ninguna peor -convino Paula suspirando-. ¿Crees que las cosas cambiarán?
-No me sorprendería. Si quiero llevarte al altar voy a tener que cambiar mi modo de actuar, ¿No crees?
-Sí. Es decir, imposible. Aunque mejoraras no creo que quisiera casarme... y menos contigo.
-Claro, por supuesto -contestó él dando palmaditas sobre la cama. Paula, por alguna razón incomprensible para ella, corrió a sentarse a su lado. Él puso un brazo sobre su hombro-. ¿Cansada?
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