miércoles, 2 de diciembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 28

No podía haberse marchado muy lejos. Las sábanas estaban aún calientes, y ella tenía los pies helados. El viento arreciaba de tal modo que no se oía el ruido del baño.


-¡Maldita sea! -musitó Paula Chaves dejándose caer en la cama, escondiendo los pies al calor de las sábanas y tirando de las mantas para taparse la cabeza-. Se lo preguntaré cuando vuelva.


Pero se quedó dormida antes incluso de poder analizar su posición. De pronto el viento rugió con más fuerza, la cama se movió y, por fin, se quedó quieta. Paula, que apenas era consciente, permaneció acurrucada en su rincón sin moverse y se encogió otro poco más. El calor pareció aumentar. Debía ser Martina, pensó mientras sus pies tocaban algo caliente.  Se arrellanó en su lugar y enseguida se quedó profundamente dormida. Y de pronto sonó un timbre justo en su oído. Solo pudo abrir un ojo. El otro lo tenía aún bajo las sábanas. El dormitorio estaba más iluminado de lo que recordaba. El teléfono, en la mesilla, justo a su lado, volvió a sonar. Trató de sentarse, pero algo la retuvo. Entonces movió la cabeza para ver qué era. Se trataba de un brazo moreno y fuerte que desapareció bajo las mantas. Y la mano correspondiente a aquel brazo abrazaba con fuerza su pecho izquierdo. Era una mano masculina, pero Paula estaba demasiado dormida para sobresaltarse. El peso de un cuerpo sobre el colchón la hizo rodar hacia un lado mientras otra mano aparecía y contestaba al teléfono,


-¿Sí? -hubo una pausa-. Sí, aquí está -alguien le dió golpecitos en el hombro con un dedo-. Es para tí.


-¿Para mí? ¿Quién es? -musitó Paula medio dormida-. Dile que llame más tarde.


-Es ella -dijo el tío Ralph alto y claro-. Y no creo que le guste que...


-Fuera de mi lado -musitó Paula interrumpiéndolo-. Dile que hoy no hay colegio, que está nevando mucho.


-No puedo creer que...


-¡Cállate! -lo interrumpió Paula escondiéndose de nuevo bajo las mantas.


Él dijo algo en voz baja por teléfono y colgó. De pronto Paula se sobresaltó. 


-¿Quién era? -preguntó mientras sentía que él apartaba su cuerpo de ella.


¿El peso de su cuerpo? Paula, medio dormida, comenzó a sospechar. Los sueños no pesaban.


-Ha dicho que era tu madre.


-¿Ha dicho? -repitió Paula asustada, saliendo de su guarida.


-Bueno, no estoy seguro, jamás había hablado por teléfono con tu madre.


-¿Cómo...?


Paula extendió una pierna en dirección a él y tocó más carne, otro muslo. Era demasiado largo para ser el de un niño. Y el tono de voz tampoco cuadraba. Tocaba piel desnuda con las puntas de los pies, y daba igual cuan alto los levantara. Retiró las piernas.


-¿Qué le has dicho?


-Que te habías escondido debajo de las mantas y que no querías salir ni para respirar.


-¿Qué... qué mantas?


-Estas... las que tengo debajo del codo.


Paula se enderezó y se sentó. La mano de Pedro cayó y abandonó su precaria posición sobre el pecho izquierdo.


-Le has dicho a mi madre que...


-Bueno, no se lo he contado todo, claro, no soy tan tonto.


Paula apartó las sábanas sin miramientos. El estaba desnudo y ella, con aquella camiseta vieja, casi también. Tenía que actuar, se dijo temblando.


-¿Qué estás haciendo en mi cama? -gritó enfadada.


-Tienes el peor sentido de la orientación que se pueda imaginar contestó él recogiendo las mantas y tapándose para volver a tumbarse sobre la almohada. Su mano izquierda, sin embargo, seguía sobre la cadera desnuda de ella, que llevaba toda la camiseta arrugada. Paula se movió en la cama y lo miró-. ¡Ocurre que esta es mi cama!


Paula se enfadó. O bien aquello era una pesadilla o bien él movía la mano descubriendo cada vez más su cadera, mucho más de lo que la camiseta pudiera enseñar.


-¡Para! 

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