-¿No respondes? -continuó él tratando de engatusarla.
-Estoy pensando.
-¿Crees que debería añadir un toque más de sexo?
-Yo...
Pedro la interrumpió, levantándola y sellando una vez más sus labios, interrumpiendo sus palabras. Cálido, húmedo, placentero... entonces su mano se movió y rozó suavemente su pecho. Las sirenas de alarma comenzaron a sonar en la mente de Paula. Y siguieron sonando. ¿O eran sus oídos los que zumbaban? Tenía que detenerlo, le decía la voz de la conciencia. Tendría que apartarse y darle una bofetada pero, ¿Qué haría él a continuación? La respuesta a esa pregunta le arrancó lágrimas. Pedro la soltó suavemente, suspiró y la hizo levantarse de su regazo. Paula se sentó en la cama como una marioneta a la que hubieran cortado los hilos.
-Y bien, ¿Qué te ha parecido? -Paula se apartó lo suficiente como para que sus muslos no se tocaran. Luego tosió-, ¿Hmm?
-Ha sido...ha sido... interesante.
Paula se levantó de la cama. Apenas podía mantener el control sobre sus propios movimientos. Se alisó la falda y esbozó a duras penas una sonrisa.
-¿Quieres que probemos otra vez?
-No... ahora no -contestó ella-. Creo que me voy a la cama y tú necesitas....
-Sí, comprendo, no voy a ganar todas las apuestas. Quizá podamos probar mañana, ¿Verdad?
-Quizá -contestó ella inclinándose para besarlo en la frente y salir corriendo antes de que él pudiera ponerle las manos encima.
-¡Cobarde! -gritó él.
Paula estaba dispuesta a aceptar el cargo, pero no a pararse a discutirlo. Luca, medio dormido sobre la alfombra del dormitorio, abrió un ojo para verla bailar y hacer piruetas de la puerta a la ventana. Hubiera querido cantar, pero no deseaba despertar a los niños. Le costaría más de la mitad de la noche explicarles lo sucedido. Y, además, aquello no tenía ninguna explicación. A las seis de la madrugada del día siguiente se despertó. La campanilla que había junto a la cama de Pedro sonaba casi tan fuerte como la sirena de los bomberos. Salió de la cama, buscó las zapatillas y corrió escaleras abajo. Los niños ni se movieron. Cuando llegó apenas le quedaba aliento. Él estaba sentado al borde de la cama, exactamente igual que la noche anterior.
-¿Qué ocurre?
-No puedo encontrarlo -contestó él revolviendo las mantas.
-¿Que no puedes encontrar qué?
-Mi módem.
-¿Tu qué?
-Mi módem. El aparato que conecto al ordenador para mandar mensajes por la línea telefónica.
-Escucha, son las seis de la madrugada, los niños están durmiendo y yo debería estar haciendo lo mismo. ¿Para qué necesitas mandar un mensaje ahora?
-Porque, señorita, quiero casarme. Y para casarme necesito ganar mucho dinero.
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