miércoles, 2 de diciembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 30

 -No lo sé -respondió Hope con cautela-. No tengo ni la menor idea. Yo jamás he estado casada. ¿Una salchicha, o dos?


Ambos niños asintieron. Paula se encogió de hombros y continuó con el desayuno. No dejaba de nevar. Decidió tomar tostadas y zumo mientras observaba a Martina, a Nacho y a Luca desayunar. Eran chicos preciosos, pensó. ¿Por qué no casarse con su tío y tener ella también niños preciosos? ¿Quizá porque él no se lo había pedido?, ¿Porque tenía mala reputación?, ¿Porque era demasiado inteligente para una chica como ella?  Sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Se había criado en el seno de una familia de personas inteligentes, ¿Iba a ser, sin embargo, tan tonta de ocupar el último puesto en la carrera por la vida? ¿Qué habría querido decir la hermana de Perdro al hablar de la clase de santo que era, que no lo era en absoluto? Aunque por supuesto podía casarse con él y reformarlo. Una buena esposa siempre podía reformar a su marido. ¿O no? Aquel era uno de los temas de discusión preferidos de su madre y sus hermanas. Y siempre llegaban a una conclusión...


-Jamás en la vida -decía siempre su madre-. Tienes que aceptarlo tal y como Dios lo hizo, o no casarte con él.


A lo cual su hermana Delfina se echaba a reír y decía:


-En ese caso ninguna de nosotras estaría casada.


-Pero siempre se puede uno cambiar a sí mismo -alegaba en voz baja su hermana Vanesa.


Y entonces la conversación volvía a temas generales. Aquel era un buen asunto sobre el que pensar, se dijo Paula. Uno siempre podía cambiarse a sí mismo. Y, en cuanto a Pedro... Justo en ese instante entró en la cocina y los miró a todos.


-¿Todos desayunan menos yo?


-Sí.


-Y eso, ¿Quién lo ha dicho?


-Ella -contestó Martina señalando a Paula.


-Ella -añadió Nacho señalando a Martina.


-Me toca a mí -dijo Paula-. ¿Querías algo?


-Por supuesto que quería algo -gruñó él.


-¿Cereales de avena?


-¿Cereales de avena? ¡Detesto los cereales de avena! -exclamó Pedro sentándose en medio, entre Nacho y Martina-. Si quisiera cereales de avena me los haría yo mismo.


-Me alegro de oírlo -contestó Paula seria-, porque después del episodio de esta mañana no pienso volver a cocinarte nada. Jamás.


Martina le tiró de la manga a su hermano y le preguntó en un susurro:


-¿Qué quiere decir eso del «episodio»? 


-Ni idea -admitió su hermano-. Esa palabra no la hemos estudiado en mi clase.


-¿Qué quiere decir, tío Pedro?


-Pues... ah... yo tampoco he estudiado esa palabra en clase -musitó el tío Pedro-. Creo que tiene algo que ver con los programas de televisión, ya sabes, te ponen un capítulo el sábado y no ves el siguiente hasta el próximo sábado.


-¡Cobarde! -lo acusó Paula escondiendo después la cabeza. Su intención no había sido que los niños la oyeran. Se tocó el ojo varias veces y sonrió-: Y ahora, suban arriba y lavense. Luego se pueden vestir. Ponganse  algo cómodo y calentito. Quizá, si no hace demasiado frío, podamos... puedan salir con su tío a jugar a la nieve.


-Eh... -comenzó a decir el tío Pedro.


-¡Eh, estupendo! -gritó Nacho.


-Pero... -volvió a protestar el tío Pedro.


-Pero primero tendrás que ir afuera a despejar la carretera -lo interrumpió Paula con voz dulce-. Nacho es casi un hombre, puede ayudarte. Martina, me temo, es demasiado pequeña aún. Quizá puedas ayudarme a mí, cariño. Yo voy a hacer pan.  ¿No te parece una buena idea, tío Pedro? 


-Es una idea estupenda -contestó él de corazón. Sin embargo, al pasar por delante de la silla de Paula, la agarró del hombro con no demasiada delicadeza y añadió enfadado, en un susurro, inclinándose sobre su oído-: ¡Yo no soy tu tío Pedro!


Y, tras ello, la besó suavemente en la mejilla ruborizada y salió de la cocina con Nacho corriendo tras él.


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