-¡Tía Paula! -gritó el niño-, ¡Tía Paula!
-Estoy en la cocina, cariño.
-Ven, deprisa. El tío Pedro...
-Sí, ¿Qué? -preguntó Paula alcanzando su abrigo.
-¡Ven a verlo, tía Paula! -gritó Nacho volviendo a salir y dejando que la puerta se cerrara de golpe.
-Así que ven a verlo -musitó Paula siguiéndolo y tropezando con Luca.
El perro ladró un par de veces y corrió a la parte posterior de la casa. Paula lo siguió, y al dar la vuelta escuchó a Martina llorar. Era difícil correr con aquella cantidad de nieve, pero ella levantó la cabeza y continuó. Y ahí estaban. La niña, llorando al pie del montículo de nieve; Nacho, gritando, y el tío Pedro sentado en la cima, jurando en voz alta. Paula se detuvo al lado de la niña y la levantó.
-¿Te encuentras bien?
-¿Yo? -preguntó la niña abrazándola-. Yo estoy bien, pero...
-Espera aquí -ordenó Paula dejando a la niña en el suelo y comenzando a subir la pequeña colina siguiendo el sendero marcado por los pies de Nacho.
-¡Espera aquí, espera aquí! -gritó Martina-. No hagas esto, haz lo otro, Martina.
Entonces la niña se dejó caer sobre la nieve y comenzó a soltar una letanía de prohibiciones. Paula la miró y vaciló unos instantes, pero enseguida continuó alcanzando a Eddie y perdiendo terreno en cuanto llegó al punto en el que el niño no había marcado el camino.
-¿Qué ha ocurrido? -gritó al pasar al lado del chico.
-El tío Pedro -indicó Nacho señalándolo-. Quería enseñarnos cómo se she...
Para cuando Nacho terminó la frase ambos habían llegado arriba. Paula se detuvo en la cima, junto a Pedro. Todo parecía normal, pero desde luego él no sonreía.
-¿Qué...?
-No preguntes -musitó él.
-¿Estabas enseñándole a los niños cómo she...?
-Así es como lo llaman en Noruega -contestó él-. Esquiar. Lo llaman she. ¡En Noruega, donde aprendí a esquiar!
-¿Cómo dices? -jadeó Paula apenas sin aliento, cayendo de rodillas y poniendo una mano sobre su hombro-. ¿Dices que estabas enseñándoles cómo... she... y...?
-Como puedes ver, me he caído -la interrumpió él.
-¿En un montículo como este? Te has...
-Jovencita, como te atrevas a reírte te... te corto el pelo.
-¿Yo?, ¿reírme, yo? Jamás haría algo así -negó a pesar de resultarle difícil no hacerlo. Pedro Alfonso había demostrado ser todo un atleta-. Bueno, no puedes quedarte ahí sentado todo el día, agárrate a mí, yo te ayudaré -Paula lo agarró del brazo con ambas manos y se preparó para tirar. Pero él gritó, y entonces ella lo soltó-. ¿Y ahora, qué?
-Te costará creerlo, pero prefiero quedarme aquí sentado mientras vas a...
-No puedes quedarte ahí sentado -lo interrumpió ella-, pillarías una neumonía. Venga, vamos, a ver ese coraje. ¿Qué es lo que no voy a poder creer?
-No vas a creerlo -repitió él-, pero me he roto la maldita pierna.
Aquello sí que era una sorpresa. Paula tragó y no supo qué decir.
-¿Qué quieres que haga?
-Eres una criatura maravillosa, Paula Chaves. Ahora ve a casa, llama a una ambulancia y diles que hay un estúpido hombre sobre una colina de nieve en el 1368 de State Road, y que se ha roto la estúpida pierna izquierda justo a la altura del estúpido tobillo.
-Sí -replicó Paula tratando de memorizar las instrucciones-. Un estúpido... se ha roto la estúpida pierna... Sí, enseguida vuelvo. Nacho, quédate aquí con tu tío. Se ha roto la estúpida pierna izquierda, y tengo que... ¡Quédate aquí! -añadió gritando y deslizándose a toda velocidad por la colina.
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