viernes, 18 de diciembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 60

 -Sí, o quizá al final cueste el doble.


-Quizá, pero no es tu dinero, y sí es tu hermana. Y ahora, ¿Qué te parece si cenamos?


Ser un Chaves era ser importante, se dijo Paula echando las hamburguesas al fuego. En una ocasión, a los diecisiete años, en una época en la que se sentía enormemente afectada por la protección del medio ambiente, se había interesado tanto por la autopista que construía la Chaves a través de los Berkshires que había llamado a la empresa y había ordenado detener las obras. Y luego se había escondido en el armario cuando su padre había vuelto a casa. Su padre, sin embargo, solo le había dicho, con voz solemne:


-Demuéstrame que es perjudicial.


Entonces Paula se había armado de coraje y, ante su padre, madre, y su hermano Gonzalo, había demostrado lo perniciosa que podía llegar a ser la autopista. Y, como resultado de todo ello, la construcción se había detenido a medio camino hacia Nueva York. Desde entonces la pequeña Paula Chaves era la jefa del Departamento Medioambiental, pero jamás había tratado de ejercer su autoridad nunca más... es decir, hasta ese día. El timbre accionado por el ordenador resonó en sus oídos. Los chicos bajaron las escaleras, y una voz de adulto le dijo al oído:


-No creo que queramos las hamburguesas tan negras como...


-¡Oh, cállate! -contestó Paula alcanzando la espátula y rescatando la cena.


-¿«Oh, cállate»? -repitió él-. Cada día tenemos más genio, ¿No crees?


Estaban de pie, el uno frente al otro. Él se inclinó y la besó en la frente, y luego se echó a reír al ver que ella se disgustaba.


-No te aproveches, si no tuviera las manos ocupadas... -él repitió la misma operación en una de sus mejillas, pero cuando fue a besarla en la otra ella lo empujó sobre la mesa, puso los brazos en jarras y lo miró-. Creo recordar que tu médico dijo que debías ser cauteloso con esa pierna. Yo no soy médico, pero supongo que bastaría con una patada en el lugar adecuado para arreglarlo.


-¡Eh, que solo estaba bromeando! -se justificó él dando un paso atrás.


-Apuesto a que sí. ¡Siéntate!


Pedro obedeció. Entonces llegaron los niños. 


-¿Por qué están tan callados? -preguntó Nacho.


-Estamos meditando -contestó Paula-. Tu tío y yo estábamos... meditando.


-¿Eso es como rezar?


-Algo parecido.


-¿Parecido a qué? -preguntó Martina entrando en la cocina con una enorme sonrisa.


-¿Has hecho...? -preguntó su tío.


-Sí, claro, no soy ninguna tonta -respondió la niña alargando ambas manos chorreando agua.


-Claro que no -intervino Paula secándole las manos con el delantal-. Siéntate a la mesa.


-Sí, mamá.


Paula miró a Pedro por encima de la cabeza de la niña y vió su ceño fruncido. Se encogió de hombros como diciendo «¿Qué le voy a hacer?», y él, a su vez, sacudió la cabeza y levantó ambas manos como diciendo: «A mí no me mires». Entonces ella abrazó a la niña, la besó y la sentó en su silla.


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